"No sé si jugar de blanco el sábado para que el Celta tenga que emplear la segunda equipación", bromea el entrenador del Rivas Futura, Miguel Méndez. Se le hará extraño que las rivales del sábado en el Cerro del Telégrafo vistan de celeste, con su existencia decorada en tal color. Dirigió al equipo vigués de febrero de 2000 hasta el pasado verano, con apenas un paréntesis entre marzo de 2004 y 2005. En las vitrinas del club, un trofeo liguero y otro de la Copa de la Reina son de su autoría. Más allá de la profesión, "soy celtista", establece.

Tenía el reencuentro con su exequipo bien señalado en el calendario. Aunque otras tareas ocupan su mente. El Rivas disputa el jueves contra el Kosice un encuentro esencial para su supervivencia en la Euroliga. Competir en Europa era uno de los retos que las eternas dificultades financieras del Celta impedían incluso aunque el derecho se conquistase en la cancha. Ajetreos de su progresión en el escalafón técnico nacional. Méndez siempre está de viaje. Aún tiene el cuerpo cansado del desplazamiento a Gospic, un villa croata a tres horas en autobús de Zagreb. La excursión incluyó dos vuelos suspendidos y el peregrinar de vuelta por Dusseldorf, Múnich y Frankfurt. "Aún no estoy viviendo el partido de forma especial. Será más emotivo cuando sea en As Travesas", indica. "No he estudiado los partidos del Celta en vídeo, aunque sí los he visto".

De lo que sucede en su hogar vigués se informa al punto. Conserva el contacto constante con Paco Araújo, presidente y amigo. "Hablamos mucho. Me llama o lo llamo", revela. "Lo noto preocupado por la situación económica y es lo que también me inquieta a mí", pronostica.

Araújo y Méndez se separaron de mutuo acuerdo. Ambos coincidían en que era necesario tomar distancia tras una década de desgaste. Cierto que aquella última entrevista como presidente y entrenador consistió en "una bronca gigante. Y más que tendremos. Nuestra relación incluye la libertad de decirnos lo que tenemos que decirnos. No solo hablamos de baloncesto, sino de mil cosas. Paco es una persona muy importante en mi vida, aunque pueda pensar que se equivoca en algunas cosas".

La marcha de Miguel Méndez implicó una remodelación total de la estructura deportiva del Celta. Araújo se decantó por Carlos Colinas, hasta entonces director deportivo, como su sustituto. Susana García, ayudante de Méndez, abandonó el club. La plantilla fue remozada, afinando aún más la contención presupuestaria. Con todo, Méndez recuerda: "Entrené a Leonie Kooij, Sara Gómez, Marina Delgado y Déborah Rodríguez. A Colinas lo traje yo al club en 2005 para dirigir a los cadetes; a Mariano (ayudante de Colinas), en 2004 para el equipo infantil. El preparador físico, los fisios, la gente del club... Tengo referencias de sobra".

El proceso de relevo tuvo sus asperezas. La relación con Colinas es fría, casi inexistente. "Nos hemos enviado algún mensaje", concreta. Pero confía en el futuro de la escuadra: "Tienen una primera vuelta durísima y con las dificultades que han padecido: la llegada tardía de Dantas y Traore, la muerte del padre de Traore, el problema de Vucurevic... Sin embargo, acabarán salvando la categoría".

Las cuentas célticas, en esa batalla de la permanencia, no incluyen la visita a Rivas. La jerarquía de la Liga Femenina está claramente establecida: Ros impera, Perfumerías lo observa a cierta distancia, Rivas completa el podio. Las lesiones frustran cualquier asalto a sus dos superiores. Amaya Valdemoro se fracturó las dos muñecas en el primer partido liguero; Iva Sliskovic, excéltica a la que confiaba el juego interior, se rompió el ligamento cruzado de la rodilla en el primer minuto de la Supercopa. Con todo, su potencial no parece al alcance del Celta, que viaja con el alivio de su reciente triunfo ante el Obenasa.

No tiene urgencias Miguel Méndez. Nadie le apura a romper las fronteras naturales. Trabaja en un proyecto a largo plazo. "El Rivas es un club joven, en crecimiento. Dan pasos poco a poco, con el ritmo adecuado". Soltar amarras con Vigo le costó sudores. Dejaba su ciudad, su familia. "Pero es el peaje que debo pagar si quiero dedicarme a esto", reflexionaba este verano. El oficio le obliga también a ser implacable con su propia nostalgia. A ignorar que su corazón sigue siendo celeste.