El Celta fue incapaz de descifrar el enigma que le planteó el Hércules, un equipo tan rácano en sus intenciones como bien organizado y sobrado de experiencia. Los alicantinos se convirtieron en ese crucigrama que se atraganta y que ya no hay forma de resolver por mucho que uno insista. Los de Mandiá aprovecharon su único ataque peligroso para marcar un gol de rebote y luego se dedicaron por completo a resistir el desorganizado ataque del Celta, generoso en el esfuerzo, pero completamente negado. Ausentes de inspiración los vigueses lo intentaron por la vía de la insistencia, pero apenas inquietaron a un Hércules al que le sobra el oficio que falta en Vigo.

La derrota supone un duro revés para los vigueses, que buscaban un triunfo que les hiciese olvidar el disgusto más reciente. Tal vez por eso el Celta fue especialmente ambicioso, más incluso que otros días. Es como si la derrota ante el Deportivo de hace una semana hubiese dejado una herida que los de Herrera querían curar cuanto antes. Y de salida se fueron a buscar al Hércules a su campo, con decisión. Subieron las líneas, apretaron y metieron en su área a los alicantinos. Lo que ocurre es que no son los de Mandiá de esos equipos que se inquietan al agolparse en torno a su portero. Al contrario. Parecen disfrutar. Con mediocampistas como Aguilar o Rivas al equipo le sobran argumentos para frenar al rival. Al Celta le faltaron un par de cosas para traducir en el marcador la buena sensación que el equipo ofrecía durante el primer tiempo. No tuvo último pase ni peso en el área del Hércules. Con Oier y Bellvís jugando siempre en el campo rival el equipo empujó por los costados, pero siempre faltó un instante de inspiración en esa zona del campo a la que el Celta accedía con aparente facilidad. Ni Aspas, ni De Lucas, ni Joan Tomás y mucho menos Orellana –embarcado en una cruzada personal por complicarse la vida en cada acción e incapaz de entender que los de azul celeste van con él– tuvieron ese punto de lucidez para derribar el muro que el Hércules montó junto a Falcón. La ocasión más clara la tuvo Aspas que, mano a mano con Falcón tras un gran envío de Orellana, remató fuera con el meta completamente vendido.

Los de Mandiá, en cambio, eligieron muy bien sus escasas incursiones en el terreno de juego del Celta. Pertrechados en su área, escogieron siempre el momento justo para contragolpear. Y en una de ellas, en el minuto 17, se encontraron con un gol en un saque de esquina que acabó con un disparo de Mora que golpeó en la cabeza de Vera para acabar en el fondo de la portería del Celta. Una atrocidad de gol, pero de los que valen los mismos puntos que las obras de arte. Los vigueses se atontaron durante un rato tras encajar el tanto, pero pronto volvieron a recuperar sus intenciones empujados siempre por un imponente Oubiña, bien secundado por Alex López. Ellos contuvieron el partido, conectaron con los mediaspuntas, pero allí se hacía de noche de inmediato.

En el segundo tiempo el partido siguió de forma escrupulosa el mismo guión de la primera. El cansancio, lejos de cambiar el decorado, lo recalcó. A la falta de inspiración del Celta se añadió la pesadez de piernas. Orellana empeoraba en cada jugada; Joan Tomás no dio un pase y De Lucas, directamente, desapareció de la escena. El Celta, bajo el mando de Oubiña, trató de encontrar alguna grieta en aquella muralla gracias al generoso esfuerzo de los laterales, pero faltó calidad en los centros y kilos en el área para poder competir con los guardaespaldas de Falcón. Fue una batalla desigual la del área del Hércules. Los vigueses tuvieron una docena de balones parado a los que no sacaron el mínimo provecho. En esa segunda parte al Celta hay que agradecerle su esfuerzo, su insistencia en tratar de salvar una tarde que nació torcida. Eso les permitió incluso disponer de una ocasión, la más clara del partido. Ya había movido el banquillo Herrera dando entrada a David Rodríguez y Bermejo por los negados Orellana y Joan Tomás. Sacó un córner De Lucas, tocó Oier y el balón cayó en el segundo palo donde David solo tenía que empujarlo. Pero desgraciadamente dirigió su remate hacia Falcón que pudo sacar la manopla. Nada alteró al Hércules, que no visitó a Yoel ni una vez en el segundo tiempo. El Celta se rompió la cabeza sin fortuna. Fue como cuando por primera vez te cae en las manos el cubo de Rubik. Le das vueltas sin parar y te acaba por desesperar. Pues eso fue el Hércules para el Celta.