"San Daniel estuvo bien" aseguró ayer un relajado Oltra a los micrófonos de la Radio Galega mientras enseñaba algunas de esas estampitas que le acompañan en el bolsillo interior de la americana durante los partidos. Puede que este sea el mejor razonamiento que el técnico del Deportivo haya hecho sobre el encuentro de ayer: el papel salvador de San Daniel que le pegó un capotazo cuando el Celta amenazaba con decretar el estado depresivo en Riazor. Los santos vestían esta vez de blanquiazul.

Porque fuera de cuestiones "milagreiras" cuesta trabajo encontrar otra explicación para la victoria de este Deportivo que picoteó siempre en el momento justo. Dos sucesos paranormales tiraron abajo las aspiraciones de los hombres de Herrera: un taconazo de Riki –que encontró la ayuda del desconcertado Jonathan Vila, que parecía estar por el área buscando una lentilla que se le acababa de caer– y un leñazo de Lassad que se incrustó en la escuadra de la portería de Yoel con inesperada violencia. Solo faltó el gol de Aranzubia para completar la "trilogía de lo misterioso". ¿Cuánto tardarán Riki en marcar otro gol de tacón y Lassad en sacar un disparo como el de anoche? Ya podía tirarse Herrera una vida entera preparando el partido que nunca iba a imaginarse cómo lo iba a perder.

Ante semejantes acontecimientos extraordinarios, más próximos a lo sobrenatural, al Celta no le queda otra que olvidar pronto. Comerse la amargura del momento y esperar que el tiempo borre las huellas de una derrota que, aunque ahora pique, no debería tener más consecuencias en el futuro inmediato de un equipo, con evidentes defectos, pero al que cada día se le advierten más virtudes.

Las derrotas en los derbis son como punzadas en el orgullo que silencian el autocar en el viaje de vuelta y que convierten en intragable el bocadillo de chopped que te ofrecen para el camino. Pero se aprende mucho de estos días y estoy seguro que el Celta lo hará. Para algunos de los jóvenes miembros de ese vestuario el de ayer ha sido un curso acelerado de lo que es el fútbol en su estado más salvaje. A muchos futbolistas se les vio algo superados por la excitación, con un punto de ansiedad del que no se libraron en toda la noche y que impidió que el Celta tuviese ese momento de pausa necesario para aprovechar las grietas que el Deportivo abría en su armazón. De algún modo es lógico. Contaba Oubiña esta semana lo impresionante que le resultó la primera visita a Riazor en aquel partido en el que Víctor Fernández, ante la plaga de lesiones que asolaba a su plantilla, estuvo a punto de enviar al campo a Moncho Carnero. Las pulsaciones de Borja ayer se mantuvieron constantes todo el tiempo. Ni por un instante dejó que el alboroto que había alrededor le afectase en el juego. Esas cosas se aprenden después de visitar esta clase de plazas, de sentir el griterío y de comprobar que las lunas de los autobuses aguantan más de lo que uno imagina. Esas son algunas de las cosas que se aprenden en un partido tan excitante como el de ayer. Bueno, eso y que en el chándal de Paco Herrera no hay sitio para estampitas.