En 1994, con el equipo recién descendido, los veinte miembros de la junta directiva del Academia Octavio aprobaron por unanimidad la disolución del club. El presidente, Javier Rodríguez, debía encargarse al día siguiente de tramitar la baja de la entidad en los registros de la Xunta. Rodríguez se recuerda aquella noche, en el paseo hacia casa tras la reunión, torturándose por la desaparición del legado de su padre, fundador del club en 1965. "Le iba dando vueltas a la cabeza. Decidí que no podía morir". Rodríguez nunca se presentó en el registro. El Octavio salió a competir y a la conclusión de esa temporada recuperaba su plaza en la Asobal, inaugurando el ciclo de sus glorias europeas. Mañana, ante el Barakaldo (20.15), el conjunto vigués espera certificar el octavo ascenso a la máxima categoría de su historia, un récord en el balonmano español.

Sigue al frente Javier, encargado del botiquín de la plantilla cuando era niño; hoy, y en sus palabras, cansado de ser "presidente, patrocinador, psicólogo y niñera". Pero igualmente atado a la memoria de Octavio Rodríguez, fallecido en 1983. Tras un breve interregno de su tío Oliverto, con el apoyo de Carlos Mantilla, el actual presidente inició su eterno mandato. Fue en sus primeros tiempos cuando aterrizó Pedro Posada como patrocinador. Y así ha ido sobreviviendo el club mientras otros se diluían a su alrededor, reinventándose tras cada fracaso y crisis financiera. "Yo creo que hasta mi padre me diría que no haga más el tonto", suspira Rodríguez.

Pero es digno vástago también en esto, según cuentan quienes conocieron a Octavio Rodríguez. La figura del fundador ha adquirido un halo mítico, multiplicado en las mil anécdotas que de él se cuentan. "Era un padre para nosotros", relata Andrés Martínez, central en la plantilla que en 1975 conquistó el primer viaje a la que entonces se llamaba División de Honor.

Octavio, un gigante; aquel partido ante el Gaztelueta, un instante único en la vida. Fue el 11 de marzo. Para los olívicos no había término medio: felicidad o tristeza, ascenso directo o quedar incluso fuera de la promoción. Si Martínez cierra los ojos, escucha el griterío del Central, en el mayor lleno de su historia. "La pista también se ha llenado con el Celta Citroën, los Harlem Globbe Trotters y la final de un Europeo de hockey. Pero nunca como aquel día. Había gente incluso de pie". La laxa normativa de seguridad de aquella época lo permitía. Javier Rodríguez, un adolescente a la vera de su hermano Tavi, cuantifica con precisión: "Se reunieron 5.800 espectadores. Un ambientazo. Contó también el terrible frío que hacía fuera". Su madre fue homenajeada antes del choque; también las mujeres y familias de los jugadores. "No podíamos fallar", comenta Andrés. No lo hicieron. Los bilbaínos sucumbieron como antes La Salle, Gijón o Covadonga, principales adversarios. El exjugador, ligado desde entonces al club, entrena hoy a los cadetes: "Les cuento anécdotas de entonces y les pico: ´A ver si algún día jugáis con el pabellón lleno, como nosotros".

Fue la noche mágica de una joven generación de jugadores, que Octavio Rodríguez había ido recolectando entre sus clases y otros clubes. Del Chapela habían llegado Sesi, Simón y Chicho; del Anca, Andrés y Ferrero; del Salesianos, Santi; del Vulcano, Paco y Arizaga; Honorato y Chivi salían de la cantera propia... "Éramos todos de Vigo", informa Andrés. "En ese sentido, el actual proyecto es, de los últimos años, el que más se nos parece por el peso de la gente de la casa y de la provincia: Cerillo, Macías, Cacheda, Nando Moledo, Cerqueira, Frade".

Javier Rodríguez ejerce, a su modo, ese papel paternal que desempeñó Octavio: "Eramos amateurs. No cobrábamos ni un céntimo. Pero Octavio nos conseguía trabajo", revela Andrés Martínez. "Un mañana me llamó a su despacho y me dijo: "Preséntese en el Banco Simeón". Saque las oposiciones a la caja y no lo necesité. Pero él era así. Lo pagaba todo de su bolsillo. No había subvenciones como ahora. Nos invitaba a refrescos en un bar tras cada entrenamiento o pagaba los taxis de los desplazamientos, aunque fuese a San Sebastián". Matiza Javier que su padre algo recuperaba de lo invertido "en las partidas de cartas con los jugadores. Siempre ganaba".

Con ese grupo mítico se inició también la tradición de equipo ascensor: 1979, 1983, 1993, 1995, 2000, 2004 y 2007 son las fechas de traslado a la cumbre. "Muchos años, mucho sufrimiento", valora Javier Rodríguez. "Pero a veces suceden cosas como que se disputa la Copa del Rey aquí y oyes que en las cafeterías que se habla de balonmano. Y entonces te dices que tanto esfuerzo vale de algo", afirma el mandatario, camino de un sábado en que todo vuelve a cobrar sentido.