El Celta ha perdido su alma para convertirse en una especie de muerto viviente que languidece a pasos agigantados. Los equipos pueden resistir sin fútbol, pero no sin espíritu; donde no llega la calidad o el acierto sí puede hacerlo el esfuerzo y el coraje. Así se resiste, se superan los malos días, las rachas negras y las crisis de juego. Lo más inquietante de este Celta es que no tiene ni una cosa ni otra y que nadie ofrece una razón para el optimismo o para mantener la esperanza. El equipo vive en una especie de estado depresivo que le lleva a ofrecer espectáculos tan tristes como el de ayer ante el Valladolid que sirvió para que los de Paco Herrera cosecharan su cuarta derrota consecutiva en Balaídos y transforme casi en una quimera la posibilidad de luchar por el ascenso directo.

El partido supuso un paso más en el proceso de descomposición iniciado hace siete semanas, justo cuando en la vida del Celta el cielo era siempre azul y los pajaritos cantaban a todas horas. Desde entonces los de Herrera solo han sido capaces de sumar dos puntos (las visitas al Granada y Betis) y su juego ha caído en un agujero negro al que cuesta ver la salida. El partido ante el Valladolid fue el mejor ejemplo. El Celta no tuvo ninguna de las cualidades que ha explotado esta temporada y acumuló defectos hasta el aburrimiento. Fue un equipo plano, sin ideas, impreciso en la entrega, sin ritmo ni velocidad, defendió mal, presionó poco, se desordenó constantemente y siempre estuvo a merced del Valladolid que vivió una tarde plácida con el partido siempre en su bolsillo incluso cuando el Celta igualó a uno y pareció querer cambiar la dinámica del partido.

Paco Herrera, satisfecho con el aspecto que el equipo había mostrado en el campo del Betis, repitió con el mismo el centro del campo y delantera. Sólo introdujo novedades en defensa donde entraron el recuperado Jonathan Vila y Víctor Fernández por el sancionado Roberto Lago. El regreso de Vila era especialmente celebrado porque el porriñés había sido un jugador esencial a la hora de construir el juego y durante su ausencia se le lloró de forma insistente. Ayer acusó de forma evidente su falta de ritmo y seguramente el hecho de integrarse en un equipo que no es el mismo que abandonó hace un mes. El Valladolid aplicó el manual del perfecto visitante de Balaídos. Seguramente ya se puede descargar de internet. Los últimos cuatro equipos han jugado prácticamente igual: defensa cinco metros por detrás del centro del campo, dos líneas de cuatro muy juntitas, dos puntas que presionen la salida del balón y evitar que el Celta corra. Y los vigueses no tienen futbolistas ni juego para elaborar lo suficiente como para generar algún desorden en el rival. Les gusta correr, tener espacio, aprovechar la espalda de los contrarios para sorprender y es algo de lo que carecen. Eso les desquicia y les hace jugar con un exceso de prisa que rompe al equipo en dos –los tres de arriba se desconectan demasiado pronto– y permite que el rival controle el partido a su antojo. Eso sucedió ayer. El Celta fue un muñeco en manos del Valladolid que explotó la superioridad en el medio del campo y la escasa presión de los vigueses que recularon en exceso en cada ataque de los castellanos. El Celta se hizo demasiado "largo" mientras las llegadas del Valladolid comenzaban a ser cada vez más claras. Los vigueses no tenían nada a lo que sujetarse porque el alicaído Trashorras siempre estuvo vigilado y ni David ni De Lucas recibieron en buenas condiciones. El equipo intuyó problemas y ahí se vio su debilidad moral. Se le puso cara de enfermo depresivo y fueron cediendo terreno también en lo espiritual. Cumplida la media hora Javi Guerra recibió en el área y Vila, desacertado, le tocó ligeramente por detrás. Se desmayó el punta vallisoletano y el árbitro pitó el penalti que supuso el 0-1.

Ya se sabe que ahora mismo la menor complicación se transforma en un obstáculo insalvable para el Celta que se fue al descanso vivo de milagro. Herrera sacó al campo a Alex López por el disperso Garai, pero la cosa no cambió en exceso y la primera ocasión fue de los blanquivioletas. Pero sucede que el fútbol es un deporte extraño que quiso darle una oportunidad a los vigueses. En una jugada extraña David acertó a poner en el área un buen balón a De Lucas que el catalán colocó en la red con un gran giro de tobillo. Había esperanza de repente. Apretó el público y un par de minutos después Catalá cabeceó al poste un saque de esquina. Fue el momento del Celta, la ocasión que le dio el destino en una tarde que parecía negada. Se escapó y también el partido. Abel Resino, técnico del Valladolid, hacía gestos en la banda pidiendo tranquilidad como si supiese que el partido no se le escaparía pese al arreón que acababan de dar los vigueses. Tenía razón. En el siguiente ataque Oscar cabeceó a la red un gran envío de Nauzet desde la derecha para volver a ponerles en ventaja.

El Celta ya no tuvo nada más que decir. Los cambios de Abalo y Papadopoulos no dijeron gran cosa; la depresión se hizo más evidente; el árbitro dejó claro lo mucho que cuesta pitar un penalti a favor del Celta y solo los errores del Valladolid impidieron que el partido llegase resuelto a los últimos minutos. Ahí los de Herrera tuvieron la opción de empatar. El ascenso directo ya parece un sueño imposible; el play off algo a lo que agarrarse. Pero antes tendrá que curar su tristeza.