El Celta se desangra. Lo que hace un mes empezó siendo una pequeña avería ha terminado por convertirse en un gigantesco agujero que amenaza seriamente la temporada de los vigueses, presas ahora mismo de una grave crisis de juego y confianza que les ha transformado en un conjunto vulgar. Ahora mismo casi nada funciona: se duda de todo, los jugadores han perdido frescura, se sienten bloqueados ante el primer revés y el banquillo tampoco da con la tecla como ocurría al comienzo de la temporada. Los de Paco Herrera cosecharon ayer ante el Recreativo su cuarta derrota en los últimos cinco partidos. Sucedió tras firmar una actuación bochornosa en el que fueron superados de punta a punta por los andaluces y en el que, aún por encima, buena parte de sus opciones las tiraron a la basura al provocar Falcón su expulsión tras una acción infantil y completamente innecesaria que convirtió el resto del partido en una autopista para el Recreativo.

El Celta comenzó a escribir su tragedia cuando Paco Herrera tomó la decisión de cubrir la ausencia de sus laterales derechos (Murillo y Mallo eran bajas) con un centrocampista como Bustos. Como muchos se temían, la elección resultó una ocurrencia en toda regla que lastró seriamente al equipo. Ahora mismo el Celta es un animal muy sensible al que cualquier detalle le afecta. La crisis de resultados ha llevado al equipo a un estado de duda permanente y la presencia de Bustos, un inexperto en el lateral, acabó por reventarlo todo. El Recreativo, como era de esperar, cargó por aquel sector con Aarón Ñíguez y el desbarajuste se vio de inmediato y fue generando un desconcierto general que lo invadió todo. El Celta se instaló en un desorden del que los andaluces se aprovecharon para amenazar la portería de Falcón. Nadie tuvo la serenidad para contener al equipo, para tranquilizarle. Los pivotes fueron un ejemplo de imprecisión, De Lucas siguió tan negado como en los últimos partidos y los intentos de Trashorras no llevaban a ninguna parte. El partido era un desastre que sin embargo estaba donde quería el Recreativo, muchos cuerpos por delante. El Celta corría, pero no sabía hacia dónde. Todo lo contrario que los andaluces.

Entonces, en medio de semejante espanto, con Fabricio sin más preocupación que protegerse del diluvio, a Falcón no se le ocurrió otra cosa que arreglarle la noche al Recre. En una acción absurda sacó el codo a pasear tras un agarrón de Villar y el árbitro le castigó de forma justa con la roja. Un acto irresponsable de quien luce el brazalete de capitán y que merece ser reprobado. Herrera, en medio de un enorme lío mental, tomó entonces la discutible decisión de retirar al único jugador del campo con capacidad para tener un poco la pelota, una locura en un partido que parecía condenado a convertirse en un correcalles. Sentó a Trashorras y el destino le castigó de inmediato. En la siguiente acción de ataque el Recre volvió a aprovechar la grieta del lateral derecho para generar una buena jugada que coronó Emilio Sánchez con un gran remate que superó a Yoel.

El Celta se murió con el 0-1. Sin decir amén. Su debilidad mental se hizo evidente después del descanso en el que fue incapaz de cosechar nada positivo. El equipo se entregó a la depresión. No asomó el mínimo arranque de furia que pudiese sacar el encuentro de aquella dinámica que amenazaba con goleada a favor del Recreativo. El partido pedía un alboroto, una acción que cambiase el destino, una riña...lo que fuese. Pero los de Herrera sólo entregaron gestos lánguidos y protestas absurdas de jugadores que ahora mismo no están en el mejor momento físico ni mental y a quienes la temporada se les empieza a hacer demasiado larga. El técnico tampoco fue un prodigio ayer. En una situación como aquella tal vez un tipo como Iago Aspas podía enredar la noche, pero se amarró a los jugadores que tenía en el campo como si tuviese miedo a que el partido se le fuese definitivamente. Era un error de partida porque el Celta hacía mucho tiempo que se había marchado del partido. Marcó Pablo Sánchez el segundo gol en una colosal jugada individual y aquello quedó pendiente sólo de que el árbitro pitase el final. Herrera sacó al campo a Abalo y Papadopoulos que poco aportaron. Cayó el tercero y el pitido final que terminó con un suplicio que deja a los vigueses en muy mal momento para afrontar el decisivo encuentro de dentro de una semana ante el Betis.