El destino parece sonreír al Celta que ayer se encaramó al liderato tras conseguir una de esas victorias que dejan un regusto especial en la afición que ya empezaba a hacerse a la idea de que el grupo de Herrera dejaría escapar de nuevo la posibilidad de ascender al primer puesto. Lo solucionó Michu con un fabuloso zurdazo en el último minuto que resolvió un partido que el Celta jugó con una evidente carencia de ideas y exceso de angustia, un aviso de que la temporada entra en la fase en la que los partidos empiezan a jugarse con la cabeza tanto o más que con las piernas. Y ahí flojeó un Celta que estuvo errático, bloqueado, atropellado, pero que al menos tuvo esa fe inquebrantable para irse a por el triunfo pese a que el Tenerife parecía tenerle cogida la medida. Y encontró el premio a su esfuerzo en forma de liderato.

El choque comenzó a jugarse en el momento en que se supo que el Rayo no había pasado del empate ante el Nástic y dejaba a los vigueses en bandeja, por segunda semana consecutiva, la posibilidad de ser líderes. Y el Celta tuvo vértigo. Mucho más que hace una semana en Córdoba donde las razones del empate hay que buscarlas sobre todo en el planteamiento timorato. Ayer no. El Celta jugó con el equipo habitual –Mallo entró finalmente en la alineación– y era evidente que el propósito de salida era continuar con su marcha triunfal en Balaídos, pero el equipo pareció tener plomo en las piernas. Impreciso hasta el aburrimiento, sin ritmo, con escasa profundidad los de Herrera dieron un par de avisos mientras el Tenerife acababa de colocarse –un "gol fantasma" no concedido y un remate fuera de David fueron la cosecha–, pero según pasaban los minutos se hizo evidente que les iba a costar superar el jeroglífico que Tapia había organizado en el medio del campo para frenar la creatividad del Celta. Kitoko tenía orden de perseguir a Trashorras tan pronto como el de Rábade se acercaba al medio del campo y Melli era una calcomanía de De Lucas. El Tenerife había hecho los deberes durante la semana y nada parecía salirse de su guión. Solo cuando Alex López aprovechaba el espacio que generaba la persecución a Trashorras el Celta encontró la forma de llegar con rapidez al área de Aragoneses. Pero fue un camino infrautilizado por un equipo cuyo rendimiento trazó una constante cuesta abajo hasta el descanso. Los canarios no daban señales de vida en el otro área, pero desde el principio dejaron claro que el punto para ellos era un tesoro y no iban a moverse un metro de su posición.

El arranque de la segunda parte fue si cabe más deprimente porque el juego del Celta se hizo aún más previsible y tedioso. La angustia se masticaba en el ambiente y se veía en entregas horrorosas, en los fallos incomprensibles en el control y en que los jugadores, ante la duda, optaban por soluciones de lo más vulgares. El equipo vigués no tenía velocidad, ni desborde, ni produndidad para sacar de su sitio a la ordenada defensa del Tenerife que incluso pudo dar un susto gigantesco en un remate imponente de Nino. El Celta no encontraba la forma de sacarse de encima los nubarrones que los canarios le habían colocado sobre su cabeza. Herrera sacó del campo a Garai para buscar más verticalidad con Michu y situó a Alex López, el chico para todo, en el eje del equipo. El ferrolano le dio más velocidad a la circulación, pero el problema seguía estando en el área donde el Celta era inofensivo. El cambio de Aspas por David dejó al equipo sin un delantero claro y un exceso de medias puntas que se amontonaban en el centro. Incapaz de jugar por fuera los vigueses se enzarzaron en una serie de centros desde cuarenta metros que dibujaba un paisaje perfecto para el Tenerife que tenía a Aragoneses a salvo de cualquier contingencia. Del campo desapareció por lesión Kitoko, lo que dio un punto de tranquilidad al centro del campo del Celta que empujó con pasión y mucho desorden. Alex dirigió la carga final de los vigueses que se hizo mucho más afilada con la presencia en la banda de Abalo, alguien destinado a arrancar desde el costado y buscar la profundidad y el uno a uno que le estaba faltando al equipo. Y se notó la presencia del de Vilagarcía que se asoció con Aspas de inmediato y entre los dos le pusieron algo de pimienta al ataque del Celta. Los vigueses ofrecieron un generoso esfuerzo en esos minutos decisivos. No tenían demasiado fútbol, les sobraba tensión, pero insistieron de forma decidida. Y entonces apareció Michu. Había aportado poco desde su entrada en el campo, pero explotó su mejor condición: esa facilidad para llegar desde la segunda línea. Aspas, listo como un ratón, le encontró en el balcón del área y el asturiano soltó un latigazo que se coló como un rayo junto al palo izquierdo de la portería del Tenerife. Los jugadores y la grada lo festejaron como si el destino del equipo hubiese cambiado para siempre. El Celta es líder. Allá, a lo lejos, espera el cielo.