Muchas vidas distintas cohabitan en Fernando Rey Tapias (Vigo, 1948). En su palmarés figuran 25 títulos gallegos de tenis y 4 de squash. Ha entrenado a los mejores del país en cosas de raqueta: Óscar Burrieza, Lourdes Domínguez, Tamarada Aranda... Ha sido director deportivo de instituciones como el Club de Campo y organizado innumerables eventos, siendo asiduo en prensa y televisión. Y la juventud aún le alcanzó para ejercer como portero, de gloria truncada en el Celta y digna trayectoria después. Agotaba precisamente sus días bajo los palos en el Pontevedra cuando le tocó liderar la primera revuelta de los futbolistas. Rey Tapias perteneció a la directiva de la AFE que en 1979 se fue a la huelga. "Las cosas han cambiado mucho desde entonces", constata.

Tan activo y polifacético ha sido el vigués que la gente lo multiplicó. "Hasta hace poco aún se me acercaba alguien y me decía: ¡ah, pero el tenista y el futbolista sois la misma persona!", cuenta. FARO lo mencionaba como Fernando Rey en el relato de sus hazañas tenísticas, como cuando en 1966, en Ferrol, ganó cuatro finales del campeonato gallego en un solo día (individuales y dobles junior y absoluto). Para las crónicas futbolísticas, en cambio, era Rey Tapias. "De ahí la confusión".

Y era Rey Tapias aquel arquero mozalbete criado en el Rápido del que el fútbol se burló cruelmente en 1967. El Celta lo pidió prestado para un amistoso con el Real Madrid. El club boucense se negó y los celestes recurrieron a otro chiquillo del Ourense, Miguel Ángel, que seduciría a los merengues al punto de que lo ficharon. "Éramos entonces los dos mejores porteros de Galicia", resume Rey sin amargura. Su pasión por el balón sigue intacta pese a los sinsabores.

Al Celta se fue poco después por 50.000 pesetas. Un trato que el Rápido recuerda como el más sustancioso de su historia. En el club celeste descubrió las miseras del profesionalismo. Sólo duró una temporada. A la sombra de Ibarreche, disputó seis partidos como titular, uno de ellos completamente cojo ("no podía sacar en largo pero oía el runrún de Balaídos y seguía intentándolo"). Se destrozó los meniscos aquel año. Se operó de una rodilla. Cuando quiso operarse de la otra, el Celta amenazó con no financiárselo si no firmaba el nuevo contrato. Los jugadores estaban entonces en un régimen próximo a la esclavitud. El club tenía derecho de retención con mejorarles el 10 por ciento del sueldo. Y en caso de no haber acuerdo, podía prorrogar el contrato unilateralmente por tres años. "Yo no dependía del fútbol para vivir y me fui", explica Rey. "Estuve un año sin jugar. Quique Costas, con la misma amenaza, también forzó su marcha al Barça. Manolo, en cambio, nunca pudo".

En esa época afianzó su espíritu contestatario. "Jamás he admitido que me pasen por encima". Mantiene intacta la furia de cuando fue a cobrar el último sueldo y le exigieron dos multas: una por irse a Baiona a tomar el aperitivo con su novia al mediodía sin permiso del entrenador, que los jugadores necesitaban en cualquier circunstancia y hora para desplazarse a más de 5 kilómetros de la ciudad; otra, por estar demasiado bronceado: "No podíamos ni tomar el sol".

Rey se dedicó a los estudios. Se fue a Santiago, a cursar Económicas. Al cabo de unos meses retomó el fútbol, en aficionado: Turista, Compostela, Lemos, Arosa... Fueron pasando los años, felices como en Monforte o conflictivos como en el Compos. "Nos obligaban a llegar antes de las diez de la noche a casa. Era ridículo para alguien que ya estaba casado como yo". En la entidad santiaguesa pretendieron que cobrase 20.000 pesetas y firmase como si hubiese recibido las 100.000 estipuladas. Rey se negó. Montó lío en la prensa. El Compostela denunció que era un profesional encubierto con contrato amateur, que era lo propio del tiempo. Fue el primer jugador declarado en rebeldía junto a De Diego. Ganó el juicio.

En 1977 lo tentó el Pontevedra y decidió concederse una última oportunidad. Lo dejaría en 1979, cuando la reestructuración de Segunda condujo a los granates a Tercera: "Abandoné el primer día en que noté que iba a un entrenamiento por obligación y no por vocación".

Antes tuvo tiempo de participar en un hecho crucial. Los jugadores gallegos lo eligieron como su representante en la Asociación de Futbolistas Españoles, constituida el 23 de enero de 1978 en Madrid. Rey compartió directiva fundacional con Quino, De Felipe o el actual presidente de la Federación Española, Ángel María Villar. En marzo de ese mismo año amagaron con la guerra que se desataría en la siguiente temporada. El fútbol profesional se fue a la huelga el 4 de marzo de 1979. El apoyo fue masivo. El ministro de Cultura, Iñigo Cavero, acabaría mediando. Se suprimió el derecho de retención, el gran caballo de batalla, "aunque yo peleaba también por otras cuestiones de dignidad humana y libertad".

Al comparar aquella lucha con la actual, certifica el vuelco en las estructuras de poder: "Antes los clubes eran dueños de los jugadores; ahora, son los clubes los que están secuestrados por los jugadores y sus representantes. Es una vergüenza". Lo dice del sistema en general. Del conflicto concreto de estos días aclara: "Creo que la AFE tiene razón, pero hay que explicarlo bien. El colectivo no se compone de Cristiano y Kaká, sino de muchos jugadores de Segunda B que no cobran". Pronostica que la AFE no se arrodillará: "Rubiales es un tío duro. No es como Movilla, el anterior presidente de la AFE, que empezó en mi época y estaba acomodado, más pendiente del organigrama de la Federación y de sus cargos europeos. La gente actual sabe lo que hace y está respaldada".