El auditorio del Centro Social Caixanova es un universo dotado de su propias leyes y magnitudes. Al cruzar la puerta, accede uno a una cápsula del tiempo donde el pasado se vive como al día. Y así se emocionan los asistentes con los desvelos de la directiva a comienzos de los setenta y aún se le da vueltas a si el Celta pudo comprar o no a David Silva, esa bifurcación del destino en la que el club eligió la senda errada. Acaso en el auditorio de al lado habita un Celta feliz que sí fichó al canario y otros tantos en realidades paralelas.

La junta ha perdido gracia, con todo. Hubo legendarias operetas, sesiones interminables donde se trataba lo divino y lo humano. El celtismo se crece en las desgracias. Como los chicos de Herrera funcionan, los asistentes se hacen escasos. Apenas 48 y sin excesivas algarabías.

No faltó a la cita el ex presidente Rodrigo Arbones, señorón de empaque y memoria, que siempre predica concordia. "Deseo que este año subamos", concretó y pidió un reconocimiento al Coruxo por su ascenso. Deseo concedido. Mouriño deturpó el nombre del club. "Corujo", dijo, fricción de garganta; "Coruxo", le corrigió un accionista. Arbones agradeció el homenaje al club que en el cambio de los sesenta a los setenta ascendió y se clasificó para la UEFA. De aquella gente destacó a Nicolas Peña, que se presentó en el Hispano Americano a avalar lo que hiciese falta. Celtismo en el tuétano.

Fue lo sosegado. José Miguel Pérez Seco, por contra, guerreó. Lleva un año intentando reunirse con el presidente. "Le importa un bledo el club", le espetó. Le afeó a Mouriño el "Celta 100% Vigo" que eligió como lema en su desembarco presidencial; repartió a diestro y siniestro ("Horacio echó a la mitad de los socios y usted, a mí y a la otra mitad"); le preguntó si era cierto que tenía publicidad en Balaídos sin pagarla y que por qué no compró a Silva, cuando Fernando Vázquez se lo recomendaba. La historia célticas, revisitada una vez más, sus fosas y fantasmas.

El presidente embistió a esos trapos. Siempre lo hace. Él y Pérez Seco, que sospechaba de un "pucherazo" porque llegó tarde y casi no le habían dejado acceder a la sala, se enzarzaron. "El Valencia jamás quiso vender a Silva", recapituló Mouriño. Lo de la publicidad es "mentira". Y como Pérez Seco se quejase de que el director general, en una conversación anterior, le hubiese pronosticado que el equipo acabaría la liga entre los cinco primeros ("¿Y si no? ¿Lo destituye?"), Mourinho admitió: "Antonio Chaves no es un pitoniso".

El alcalde fue otro tema insospechado de querella. "Estafador, sinvergüenza, Caín Abel", lo vituperó Pérez Seco. "No insulte", replicó el presidente. Caballero encontró a un accionista que lo defendiera: "Al alcalde lo eligen los votos. Si quiere, en mayo no lo vote".

Caballero, informó Mouriño, sostiene que el estadio acabará construyéndose ("¿me puedo reír", soltó Seco desde su asiento). Un accionista, aunque consciente de la coyuntura, pide al presidente que no deje de intentar, cuando menos, que se adecente Balaídos. Un estadio viejo, que es asunto nuevo, en un club que a veces discute por supuestas novedades sobre asuntos viejos.