El Celta vuelve a la carrera. Después de cinco jornadas en las que los resultados –que no el juego– le habían vuelto caprichosamente la espalda, el equipo de Paco Herrera volvió a ganar y lo hizo con una importante dosis de sufrimiento, de amor propio, pero sobre todo de fútbol, al que supo recurrir cuando el partido había entrado en una dinámica peligrosa después del empate del Albacete gracias a un penalti que sólo existió en la mente del árbitro. Amenazó tormenta la tarde, el equipo se escapó del partido de forma infantil, pero regresó a tiempo para derribar la resistencia del Albacete en un importante ejercicio de coraje, pero también de estilo. Porque el Celta, en esos minutos en los que el choque estuvo en el alambre, siempre encontró el camino armado con la pelota y no paró hasta que consiguió abrirle las costuras al Albacete.

El frenético desenlace del partido sorprendería a cualquiera que hubiese asistido a la primera media hora de juego en la que parecían medirse de equipos de categorías diferentes. El Celta tuvo una puesta en escena imponente, como si no le pesasen en absoluto los últimos resultados. Una señal de madurez. Sólo habían pasado dos minutos cuando David Rodríguez recogió un balón en la línea de medios del Albacete, encaró a su marcador como una flecha, le sentó con un "caño" antológico y ajustició al portero con un disparo cruzado que entró como un cohete junto al palo izquierdo. Era el arranque soñado para los de Herrera. Ante un equipo al que se esperaba fuertemente pertrechado en defensa, el Celta acertaba en la primera ocasión y de paso recuperaba para la estadística a su principal goleador que llevaba cinco partidos sin ver puerta y seguramente empezaba a hacerse demasiadas preguntas.

Lejos de cambiar la dinámica del partido, los dos equipos siguieron fielmente el guión que se esperaba con el 0-0. El Celta tuvo un control apabullante de la pelota ante un Albacete que ni presionó ni salió de su campo esperando que se produjera alguna clase de milagro. Los de Herrera, como si tal cosa, siguieron a lo suyo. Por momentos recuperaron el estilo mostrado ante el Betis y el Valladolid. Hubo tranquilidad, precisión, velocidad y llegada. Poco importó en ese momento la ausencia de los laterales habituales (Murillo jugó en la izquierda y el tímido Víctor Vázquez en la derecha) o que Trashorras y De Lucas pareciesen estar algo desenganchados de la acción. El dominio era abrumador y De Lucas, Catalá y Alex López estuvieron cerca de aumentar la cuenta ante la desidia de los manchegos que no se sabían si permanecían encerrados en su área por miedo o por simple incapacidad.

Pero los designios del fútbol ya se sabe que son inescrutables. O más bien, los del arbitraje. Cumplida la primera media hora el Albacete forzó un saque de esquina. Lo lanzaron largo, buscando un remate en el segundo palo. De Lucas trató de interceptar el envío mientras un rival intentaba bloquearle. El forcejeo acabó con el manchego en el suelo y con el árbitro señalando el máximo castigo. Creció la indignación de los vigueses, que se sienten maltratados en las últimas semanas por el estamento, pero nada impidió el gol del empate.

El tanto tuvo un efecto devastador en el Celta que se marchó por completo del partido. Le sucedió en Valladolid hace una semana y ayer se reprodujo ese inquietante defecto. El fútbol español, por desgracia, obliga a aprender a encajar esta clase de golpes porque se repiten con excesiva frecuencia y esos deberes aún los tiene pendientes. El equipo convirtió el partido en una pelea contra el árbitro y el Albacete lo aprovechó para volver a la vida. Tenía mala cara el choque en el arranque del segundo tiempo porque el Celta seguía bajo la influencia del penalti y se le empezaron a ver los defectos. Quería atacar, pero en esos momentos acusaron de forma evidente la ausencia de jugadores que ocuparan las bandas porque ni Víctor ni Murillo estaban para alegrían en ataque. El juego se condensó en el medio y se produjo un terrible embotellamiento que los hombres con más talento –Trashorras y De Lucas– eran incapaces de desatascar. Sólo el trabajo de Bustos y los recursos infinitos de Álex López permitieron al Celta tener el control de un partido que amenazaba con caer en la locura. Herrera buscó una solución al meter a Joan Tomás en lugar de un discreto Garai con lo que Alex López pasó al centro. El Celta mejoró con el ferrolano en el medio y mucho más cuando, tras quedarse con diez el Albacete, Herrera dio entrada a Aspas y sobre todo a Abalo para ocupar el espacio que empezaba a asomar en la banda derecha. Los vigueses tuvieron paciencia. Lejos de convertir el partido en una carga desorganizada, optaron por hacer lo que mejor saben: tocar y esperar la ocasión. Así llegó el segundo gol en una combinación primorosa que nació en Alex López que con un pase desactivó a todo el medio del campo del Albacete, David Rodríguez asistió con inteligencia y Joan Tomás culminó la obra con un sutil toque. Trashorras ratificó luego el triunfo al aprovechar un centro de Aspas. El Celta está de vuelta.