La biografía de Vladimir Gudelj describe a una persona amable, generosa y apacible. Nada que ver con su faceta como futbolista, en la que destacó como ángel exterminador de cuanta defensa tuvo delante. El delantero bosnio tuvo un comienzo fulgurante en el Celta. Tras firmar contrato por el conjunto vigués, en la temporada 1991-1992, acabó ésta como máximo goleador de Segunda División, con 26 tantos. De ellos, ocho los obtuvo en las cinco primeras jornadas de Liga. Con este tanque balcánico, que tanto le daba marcar con la pierna derecha, con la izquierda o con la cabeza, el equipo vigués enfiló rápido hacia el primer puesto de la clasificación de Segunda, lo que le permitió retornar a la máxima categoría al finalizar el campeonato, por delante del Rayo Vallecano.

La irrupción de Gudelj en el Balaídos causó estragos en los equipos rivales, y una admiración perpetua de la afición celeste, que lo convirtió en su ídolo indiscutible. El "Gudelj, Gudelj" fue el grito de guerra del celtismo, que compartió junto al bosnio la etapa más dorada de la historia del club. Porque Gudelj no sólo fue el pichichi en Segunda, sino que años después evitó con una actuación memorable ante el Real Madrid que los celestes volviesen a la categoría de plata. Tres de los cuatro goles al conjunto de Capello llevaron la firma de Vlado.

Los dos tantos del bosnio en Tenerife también le dieron el pasaporte al equipo vigués para disputar la final de la Copa del Rey en 1994. En sus nueve años en el Celta, Gudelj contabilizó 94 goles en 231 partidos oficiales.

Cuando el ídolo comenzó a despuntar, Canal Plus envió sus cámaras a Vigo para ofrecer en directo un Celta-Athletic de Bilbao B. Ese día, el ariete céltico marcó, pero de penalti, que era otra de sus especialidades. Sólo habían transcurrido seis jornadas de Liga en Segunda División y los medios madrileños querían conocer en directo al delantero que deslumbraba en Vigo. En su debut, ante el Lérida, marcó dos goles, cifra que repitió en los dos siguientes compromisos (Castellón y Las Palmas). Dos décadas después, David Rodríguez intenta seguir sus pasos.