Salió Pablo Cacheda tras el descanso con su insolencia adolescente. Fue como una inyección de adrenalina. El Pilotes Posada galopó al viento, forzó pérdidas, agitó el corazón de la bancada... Del 15-18 se pasó al 20-20. Fue el sueño efímero de esos locos bajitos vestidos de rojo. Su cruel instante de esperanza. Cinco minutos después el Ademar había resuelto el choque. De forma científica, por física pura y dura. La derrota certifica la desgracia académica. Ya no salen las cuentas de la permanencia.

Poco se le puede reprochar a los chicos de Quique Domínguez. Pelearon contra esos molinos de viento gigantes que tiene el Ademar en su primera línea. Buntic, Chernov, Aguirrezabalaga, Bicanic, Carou, todos pasan de los dos metros y los cien kilos. Cacheda es un ratoncillo enjuto, quijotesco en sus arremetidas. Cuando se le apagó la efervescencia, los caminos volvieron a quedar bloqueados. No se le puede pedir al niño que resuelva el entuerto. Quique no lo hace. Invierte en futuro.

El equipo presente está demasiado frágil. Sin Macías, sin Montávez, con Kobin de uniforme por completar el banquillo y Stefanovic inerte, el Pilotes depende demasiado de Xavi Díaz. Si él falla, toda la estructura se tambalea. El rosaleiro, apenas terminado el primer tiempo, le susurró a su entrenador que lo cambiase. Reconocía así su deficiente actuación. Yeray le puso empeño y poco más.

Privado de los milagros de Díaz en la portería, el Pilotes bastante hizo con mantenerse enganchado al Ademar. Los leoneses están en crisis. La docena de hinchas que los acompaña viaja con una pancarta: "Ribera, vete ya". Cosecharon una renta de tres goles en el arranque y se contentaron con ir administrándola. Pelear por la cuarta plaza les supone una escasa motivación. A Vigo llegaron con la idea de ganar por su propio peso, literalmente.

No había otro misterio en el planteamiento que la biología. Ambas plantillas están compuestas por seres antropomorfos, pero de especies diferentes. Los jugadores de Ademar habitan en la estratosfera. Mueven lo mínimo el balón, se levantan y disparan. En defensa construyen una muralla troyana. El Pilotes va variando sus sistemas. Quiere hacer profundas sus líneas para impedir que lo ametrallen en seis metros.En ataque, sus piezas revolotean como abejas, con mil cruces que pretenden marear al contrario. Y corren. Domínguez ordenó tras el descanso que se tomasen cada ataque como si fuese un contragolpe, incluso con el rival formado, y que dividiesen la batalla en escaramuzas de dos contra dos. Fue por probar si el Ademar caía en la trampa de enloquecer el choque. Pero los visitantes se recompusieron. Los penaltis fallados (cuatro de siete) terminaron por ajusticiar a los locales.

Nada puede decirse. Prce, estrella en el mejor Pilotes del lustro, no juega un solo minuto en el Ademar. Son realidades diferentes, que conviven extrañamente en una misma liga. Infestas entrena lo que le deja su trabajo de civil. Se hubiera retirado en diciembre pero sigue adelante por amor al Octavio. Ayer jugó más minutos que nadie. Su devoción merecería el premio de la permanencia. Pero no está hecho este mundo para los bajitos.