Ya se había rumoreado, cuadraba la biología, él lo dejaba entrever y fue finalmente publicado. Pero el largo preámbulo hasta el anuncio de ayer no aletargó sus emociones. La mirada azul se le enrojeció al pronunciar lo que tanto había meditado: "Quería retirarme cuando aún estuviera en forma. Y la verdad, siempre he dicho que no me veo jugando con 40 años", confiesa Barrufet, que en junio traspasa esa frontera. A su lado, Joan Laporta; acompañándolo, su familia y el club en pleno. El ritual que se merece.

La relevancia de Barrufet puede condensarse en cifras: 1.200 partidos y 70 títulos a lo largo de 22 temporadas con el primer equipo azulgrana; internacional absoluto con España en 280 ocasiones, el que más, y una ristra de medallas en el pecho; por 2 veces lo coronaron como mejor portero del mundo... Los números marean y aún así, el catalán los trasciende.

La generación de Barrufet es el gozne sobre el que gira la historia del balonmano español. Ese grupo espantó los fantasmas. Hasta en los fracasos se aprecia el cambio. Barrufet quiso despojarse de la internacionalidad tras los Juegos de Pekín. Valero Rivera le pidió un último sacrificio. Lo necesitaba para que le dulcificase el relevo de Pastor. A Valero, que lo descubrió en el Sagrada Familia con 14 años, no le pudo decir que no. El fiasco del Mundial le amargó el adiós. Pero su propia tristeza y hasta las críticas del entorno prueban la mutación. Antes de él y los suyos, nadie se hubiera quejado. La derrota se dada por supuesta.

Es el milagro de la camada de 1989. En septiembre de aquel año, Vigo y Pontevedra acogieron el Mundial junior. La experta afición de la provincia apreció el calado de lo que nacía. Aquel combinado quedó subcampeón. Los nombres que lo formaban se escriben en mayúsculas doradas: Barrufet, Masip, Marín, Garralda, Olalla, Urdiales, Barbeito... La URSS, al borde de su descomposición política, los frenó en la final gracias a 12 goles de un tal Duishebaev. La nacionalización del kirguís años después, igual que la de Uríos, completarían el material necesario para las glorias que vinieron.

Fran Teixeira presenció aquel torneo. Aún recuerda el informe que realizó de otro portero, sueco en activo: Thomas Runner Svensson. A Barrufet lo conocía de un lustro antes, cuando fue el enviado técnico de la Federación Gallega a una concentración cadete en Valladolid. Y recuerda cómo en la puerta del hotel dos adolescentes charlaban. Masip quería convencer a Barrufet de que dejase el Barça y se viniese con él al Granollers. Ayer, el ex central, ejecutivo todopoderoso de la sección azulgrana, ovacionó a su amigo en la sala de prensa del Camp Nou. Los caminos del deporte son siempre inescrutables.

Y aunque ha pasado un cuarto de siglo, Teixeira retiene con precisión la imagen de aquel porterito que en plena adolescencia iba aproximándose a los dos metros de altura. El físico de Barrufet, paradójico "Pitufo" en catalán, se convirtió en el símbolo del progreso. Fue el gigante que sustituyó al portero menudo y ágil de antes, representado por Jaume Fort y más perfectamente por Lorenzo Rico, al que ayer mencionó: "Me trató muy bien cuando llegué y me enseñó muchísimo". En su discurso, resaltó otros dos nombres: el de su hermano Jaume, fallecido en 1998 ("yo juego al balonmano porque él lo hacía; le dedico mi carrera") y obviamente el de Valero, para quien fue gendarme bajo palos y en el vestuario.

Porque su jerarquía abarcaba lo público y lo íntimo. "Un chico tranquilo", evoca Teixeira, "pero firme". Ni siquiera Vujovic o Wenta le discutieron la jefatura. Fue su mano fiable la que sostuvo a su íntimo Urdangarín cuando estalló la noticia de su romance con la Infanta Cristina; fue el que timoneó a la plantilla en la locura que se desató. Invulnerable, superviviente de todas las tormentas, hubiera podido seguir pero ha sabido leer las señales: "Me empiezan a motivar otras cosas, como ejercer mi otra profesión o pasar más tiempo con mi familia. Es mejor dejarlo". Así que en junio se trasladará al departamento legal del Barça, donde ejercerá su especialidad en derecho deportivo. Le queda media vida por delante. En la primera mitad lo deja todo bien atado.