Joselu, sobre el filo del tiempo reglamentario, impidió que el Celta empezase el año de forma desastrosa. El dezano irrumpió en el encuentro como un lenitivo contra la resaca. No eliminó totalmente los síntomas, pero al menos los alivió con un empate que mantiene al equipo fuera de puestos de descenso. Una conquista coyuntural que es lo poco que se puede rescatar de la jornada. 2010 arranca con la renovada previsión de sufrimiento que la plantilla había querido voltear en la despedida de 2009. El choque contra el Murcia descubre que el enfermo no ha sanado totalmente. Apenas ha salido de la UVI y sigue a merced de las recaídas.

El reparto de puntos hace justicia en lo que toca a ocasiones concretas. Nada en ambos bandos, un silencio absoluto, la incapacidad apenas quebrada en dos instantes de inspiración o despiste. Fue el Murcia, sin embargo, el que imprimió al encuentro el estilo que su entrenador había diseñado. El conjunto pimentonero no quiso jugar a fútbol. El Celta no pudo.

José Manuel González, en ese sentido, se impuso a Eusebio. González está en la situación que Eusebio padeció hace algunas semanas, con el despido sobrevolándole. Su Murcia aplica la receta clásica de los equipos en crisis. Se guarece atrás con todo su ropaje y fía la victoria a la desesperación del rival. Que es justo el plan que más se le ha atragantado al Celta en casa.

Eusebio facilitó que su escuadra recayese en los pecados de las primeras jornadas de competición. La reaparición de Michu, tras su lesión, y Botelho, tras su sanción, se convirtió en un problema antes que en una ventaja. El pucelano pareció elaborar la alineación como un concurso de méritos y no por ceñirse a una idea clara. Incluyó a ambos en el once y le salió un equipo desequilibrado.

Eusebio se la jugó a presionar al Murcia en su misma garganta. Buscaba un robo que le facilitase el acoso a Alberto. Pero uno sólo puede robar a quien tiene propiedades y pretende conservarlas. Los jugadores murcianos, del central al ariete, tenían claras instrucciones de evitar al patadón cualquier situación comprometida. El balón sufrió un maltrato salvaje a ras de tierra y cohabitó con las gaviotas en el cielo invernal de Balaídos.

El equipo local cayó en ese juego. Michu ejercía como estación intermedia entre la primera línea y Iago Aspas, obligado a perseguir sus prolongaciones. La posición de falso delantero del moañés ofrece una imagen curiosa. El Celta se organiza desde la zona reservada en teoría a la definición. Es como si el director de orquesta estuviese de cara al público. Aspas no encontró socios en las bandas ni espacios entre líneas para protagonizar el juego. Michu apenas lo disfrutó en dos llegadas sorpresivas, marca de la casa y esencia de este dibujo. Sus testarazos desviados compusieron el escaso caudal ofensivo de la primera mitad.

En esta faceta ambos contendientes compitieron en deméritos. El Celta no envió un balón a puerta hasta el minuto 58, cuando Alberto atrapó un cabezazo manso de Garai. El Murcia se desharía de su virginidad al minuto siguiente, aunque de forma mucho más placentera. Catalá ofreció un mal pase en el inicio de la acción y los pimentoneros saltaron como un muelle. Habían reservado sus energías durante una hora y las gastaron de forma explosiva. Su contra terminó en las mallas.

Era lo que González había imaginado. Telón de acero y un golpe certero. Chando lo había ensayado justo antes del descanso y resolvió mal. Natalio no perdonó. Un gol que pudiera antojarse injusto en cuanto a generosidad con el juego, al menos pretendida por el Celta. Pero el guión se ha repetido demasiadas veces en Balaídos. No es fruto de la casualidad.

El equipo acusó el golpe. Catalá se hizo perdonar al salvar in extremis el 0-2. La expulsión de Álvaro Mejía en el 63 no modificó actitudes ni dinámicas. Al contrario. La ventaja en el marcador y la inferioridad en tropas asentó al Murcia en la moralidad de su apuesta. El Celta, empeñado en atravesar al toque la línea de meta o en soltar centros fácilmente neutralizables, se moría una y otra vez en la trinchera contraria.

El encuentro se deslizaba suavemente hacia el desastre cuando apareció en escena Trashorras. Eusebio estuvo lento de reflejos. Tardó demasiado en gastar esa bala ante un Murcia que había renunciado al centro del campo. El lucense tuvo que concentrar en escasos minutos el muestrario de sus cualidades. Lanzó dos disparos lejanos y reanimó tanto a la grada como a sus compañeros. Aunque no participase en la acción concreta del gol, la resurrección espiritual de los celestes le corresponde. Falcón sacó, Saulo asistió a Joselu y éste insinuó en un gran remate la razón de que el Real Madrid haya pagado un millón y medio de euros por su futuro.

El empate es un mal menor en la lectura inmediata y un trago áspero en un contexto más global. La maniobrabilidad de Eusebio aún no ha crecido lo suficiente como para evitar cualquier tentación caníbal en el consejo. En 2010, por lo de pronto, toca seguir con el agua al cuello.