El Celta suele ejercer como víctima en sus divorcios. Los ex han adquirido la terrible costumbre de vengarse en el reencuentro. Pepe Murcia ha vuelto a irse de Vigo como cuando su destitución, dejando tras de sí a una escuadra asaeteada por las dudas. Entonces fue contra su voluntad; ahora a propósito, ejerciendo de rival. Las secuelas, en ambos casos, son materia que atañe a Eusebio, puesto ante una compleja tesitura.

El propio Murcia ha realimentado la comparación entre entrenadores esta semana. "Me hubiera gustado ese apoyo y esa protección", dijo por envidia del margen que la directiva céltica le está proporcionando a su sucesor. Ciertamente Murcia, con la escuadra en puestos de descenso, estaría más expuesto a las críticas. El carácter agrio del cordobés le granjea fácilmente enemigos. La ternura que Eusebio despierta en el entorno mitiga los golpes. Lo extrafutbolístico pesa en este negocio, que comercia con emociones.

Hay razones más sólidas para justificar que la política del club y el comportamiento de prensa y afición hayan cambiado. Seis destituciones en apenas tres temporadas han generado hartazgo. El Celta ha agotado el efecto purgante que se le supone a un cambio de entrenador. El consejo ha adquirido paciencia a fuerza de disgustos. Eusebio gestiona una plantilla construida con menor presupuesto que las anteriores y su valiente apuesta por la cantera, más allá de lo que se le exige, supone un peaje que Balaídos, de momento, acepta pagar. Para la historia quedará siempre como el tipo que se sacó de la chistera a Iago Aspas y salvó al club de la desaparición. El moañés protagoniza la etapa del pucelano. Es el jugador que le ha salvado el cuello y también la pieza que en estos momentos cuestiona su ideal táctico. De Aspas provino el alivio y en Aspas, en su encaje con Trashorras y Joselu, está el nudo gordiano del Celta; imposible de desatar, salvo a cuchillo. A Eusebio se le presenta una disyuntiva crucial porque tampoco posee un cheque en blanco. Esa maniobrabilidad que Murcia hubiera codiciado es sólo una mayor elasticidad en las severas leyes que rigen los banquillos.

Eusebio sólo concibe un equipo en la cabeza. "La idea en la que creo", insiste. Es por tanto cuestión de fe, de convicción por sobre las evidencias. Cruyff se retiró para disfrutar como gurú, y sigue entrenando de forma vicaria a través de sus pupilos. Les dejó en herencia el fútbol control y el 4-3-3, una variación moderna del 3-4-3 de la escuela holandesa.

Un dibujo y un estilo con el que vestirlo. Eusebio dudó antes de Huelva. Como un creyente que se cuestiona la existencia de Dios. El partido en el Colombino ha significado para él su epifanía. Cruyff otra vez revelado. El Celta del giro conservador y el 4-2-3-1 naufragó en la primera parte y resucitó en la segunda, vuelto al origen. Eusebio no ocultó su felicidad. Montilivi lo reafirmó. Soñó que ante el Albacete enderezaría definitivamente el rumbo. No ha sido así, aunque hay que suponer que el técnico mantiene el empeño de aferrarse hasta el final a su filosofía. Incluso a costa de su ´muerte´, tan a disgusto se sintió ante el Recre, tan asqueado de la traición a sí mismo. Coherencia o cerrilidad. La doble perspectiva del fútbol.

Es probablemente la mejor opción en cuanto a carácter colectivo. Este Celta no tiene plan B; no había dinero suficiente para completar una plantilla rica en matices. Torrecilla ha empleado la magra bolsa del club en ajustarse a un patrón. La cantera ha generado atacantes pintureros. Los condimentos no son los apropiados para volcarse hacia el juego directo. En qué sitio situarse, cómo plantearse la relación con la pelota... Son preguntas que Eusebio resuelve con sencillez.

Otro asunto bien distinto es la disposición de las tropas. Iago Aspas reclama libertad. En el flanco izquierdo se ahoga. Deserta buscando a su mellizo Abalo. Y Botelho, aunque de largo recorrido, se atraganta con semejante despliegue. El equipo cojea.

No acierta Eusebio a maridar a Aspas y Trashorras. Son sus dos mayores talentos. Hombres sobre los que construir el equipo, pero difícilmente a la vez. Juegan a distinta velocidad, Trashorras con pausa y Aspas de forma eléctrica. El lucense se muestra preciso en la media y larga distancia; el moañés, en las asociaciones cortas.

Así que Aspas reclama un sitio en el eje medular del equipo. Mayormente por detrás del delantero. Su acomodo parece ir obligatoriamente en detrimento del de Trashorras. Las alternativas pro-Aspas lo alejan de su ecosistema natural, donde marca la diferencia. La cirugía más dolorosa es aquella que afecta a los órganos sanos. Aspas y Trashorras son los goleadores en racha, los hombres en mejor forma. Eusebio debe cuadrar el círculo, conservándolos a ambos. Fuera de casa, en Cartagena y ante una retaguardia más abierta, se antoja que el mejor remedio implica la supresión del ariete.

Aspas ha rendido de maravilla como punta dinámico, aguijoneando a los centrales. Eusebio lo ha empleado en esta demarcación cuando ha faltado el delantero centro y no ha encontrado la combinación adecuada con Joselu, igualmente alérgico a la línea de banda. Renunciar al dezano cuesta, intuyendo que en cualquier momento explotará. Pero es su sacrificio, al menos a corto plazo, la única salida que se le ofrece. Joselu, Aspas, Trashorras... ¿Quién sobra o a quién reconvertir? En la respuesta reside el futuro del técnico.