Del entusiasmo a la zozobra. Es lo propio del Real Madrid, un gigante que habita en un mundo de espejos cóncavos. Todo se estira y se deforma hasta lo surreal. La inversión de Florentino ha incrementado la voracidad del metabolismo merengue. Cristiano Ronaldo compendia la dinámica. Hoy, la dependencia que pueda sufrir el equipo respecto al luso centra el debate.

El hombre de los 96 millones ocupa permanentemente el centro del escenario, aunque por ausente. Apenas un mes de competición ha bastado para que Cristiano, siempre según la prensa capitalina, haya padecido ansiedad, se haya recuperado y haya dejado huérfanos a sus compañeros en Sevilla. Los rotativos deportivos madrileños, enemigos irreconciliables, se hermanaban ayer en sus portadas a la hora de interpretar el tropiezo. "Sin Cristiano no hay paraíso", "Cristiano es mucho Cristiano". En las encuestas abiertas inmediatamente sobre la supuesta "Cristianodependencia", el sí se impone. Con votos de hinchas que un día antes concedían preferencia a Kaká sobre el luso.

Y algo de razón tienen. El actual Real Madrid se define por lo mismo que diferencia a Ronaldo: una pegada brutal. Los mil remates de CR9 cuentan más que las asociaciones que Kaká se esfuerza en crear. La participación de Cristiano, por autista, no hubiera elevado el nivel del equipo en el Pizjuán; sí hubiera multiplicado su capacidad goleadora.

Valdano se sonroja al tratar el asunto. "No es decente hablar de las ausencias", sentencia el ideólogo del club. Otros 150 millones gastados en fichajes invalidan tal argumento. El problema de este Real Madrid es obviamente la comparación constante en la dialéctica de contrarios. No es ya que el Barça juegue bien, sino que ha extendido la idea de que su propuesta es el único camino hacia la excelencia. "Diferentes jugadores, diferente estilo", se defiende Pellegrini. Él sabe que no posee lo que Guardiola tiene a manos llenas: expertos en el viejo arte, tan sencillo y a la vez tan complejo, de tocar e irse. Pellegrini cuenta con el pase largo de Alonso o el genio destemplado de un Guti que se relaciona mejor con los delanteros que con los demás centrocampistas. Quiere construir con esas piezas una personalidad distinguible, pero el graderío le exige lo que la parroquia rival disfruta.

Al chileno le toca una labor didáctica. La de recordar a su clientela que el fútbol es rico en posibilidades. Que los anteriores galácticos agradaban sin ese sobeteo que es la marca azulgrana desde Cruyff. El Deportivo de Jabo, como ejemplo reciente, practicaba un fútbol directo entretenido. Y también lo hace el Sevilla, único capaz de discutir la bipolarización del torneo.

Porque la "mejor Liga del mundo", por mucho que se repita el eslogan, es un mentira. Se ha hecho escocesa en cuanto a que dos conjuntos componen un universo dotado de sentido. Los demás están atados a la sucia realidad de sus deudas.

El Sevilla se salva por la gestión del polémico Del Nido, que ha sabido vender y reinvertir lo ganado al dictado de Monchi. Y porque, como el Barça, ha mantenido la coherencia de su discurso futbolístico, invulnerable a los cambios de entrenador. El Sevilla se construye desde la presión y el empleo de las bandas. Los fichajes siempre se acomodan a un plan y no al revés.

La presencia del Sevilla junto al binomio habitual aporta matices. Los espectadores neutrales, si es que existen, celebran su 2-1. E incluso en el bando de los afectados. A Pitina le pudo el ritmillo de "El Arrebato" y en el palco del Pizjuán le cantó al oído de su marido Florentino: "Sevillista seré hasta la muerte". Llegue cuando llegue.