Los jugadores del Gestibérica Ciudad de Vigo acuden puntualmente a su cita en el Central, habitualmente doble. Van como casi todos los días del año, domingos incluidos. Incluso como a la mañana siguiente de la boda de Rafael, un brasileño que se entrenaba con ellos. “Menuda carita teníamos todos”, recuerda el entrenador, Manolo Povea, orgulloso del compromiso que su plantilla ha exhibido desde el día en que la tomó a su cargo. La diferencia es que ahora no se entrenan. Llegan, se cambian, sentados en el vestuario o sobre el parqué se miran a los ojos, conversan, gastan el tiempo entre el aburrimiento y la pesadumbre. La plantilla roja sigue en huelga.

La actitud proclamada el pasado lunes e interrumpida para el encuentro contra el Caja Rioja se ha reanudado. Es la voluntad firme de los jugadores mientras no se les abonen al menos dos de las cuatro mensualidades que les adeudan. El Gestibérica tiene partido este viernes en la cancha del Prat Joventut. En juego, el factor cancha en el play off de cuartos de final. La posibilidad del ascenso, que tanto entusiasmaba hasta hace poco, se les antoja casi como una broma macabra.

Porque en el vestuario ya no saben si sentir como irreal la huelga o la liga. De qué despertarán antes. “No es tanto rutina como resignación”, dice Manolo Povea del ambiente que se respira en las reuniones. “Peor fue el lunes de la semana pasada, cuando decidieron que no se entrenarían. Creo que los jugadores pensaban que la amenaza sería una presión suficiente para que se arreglasen las cosas. Porque ellos están deseando trabajar y jugar. Ahora nos limitamos a esperar noticias”.

Sin noticias felices

El cuerpo técnico, aquejado de la misma carestía, no promovió la huelga ni puede adherirse oficialmente (“no pertenecemos a la Asociación de Baloncestistas Profesionales”), pero la apoya “al cien por cien”. Povea y su ayudante también escrutan la cara del capitán, Shawn Jackson, que ejerce de interlocutor con la directiva. Esa docena de personas espera que Jackson, en su castellano de trapo, anuncie felizmente un ingreso, un talón, una esperanza. “Están haciendo gestiones”, es lo único que puede comunicar a sus compañeros. Escaso alimento.

Porque es cuestión de supervivencia. Del pago de las necesidades básicas. El Gestibérica es un club modesto que no firma sueldos elevados. Hay jugadores que bordean los 1.000 euros al mes. Nueve mensualidades, prorrateando lo que se dure en play off y sin extras. El jugador humilde de baloncesto se pasa los veranos sin ingresos. Cuatro meses sin cobrar agotan los ahorros y elevan la angustia al cuello.

“Aunque no me lo dicen, sé que hay gente que lo está pasando mal”, confiesa Povea. Los jugadores conviven normalmente por grupos, en pisos de alquiler. Los hay solteros y los hay que se han traído la familia. “Se prestan dinero unos a otros. O han recibido la ayuda a título particular de algunas personas. Se están buscando la vida”, no para costearse grandes lujos, sino para “llenar la nevera. Y lo tienen complicado”. Sin olvidar que “viven de su cuerpo. Yo puedo tomar sopa dos días. Ellos, no. Necesitan ensalada, pasta, carne, pescado...”. Baloncesto famélico, de tripas que rugen.

El fondo de garantía formado con los avales de los clubes les garantiza el pago de sus contratos. Pero será en julio, demasiado lejos. Para esa fecha, el Gestibérica ya habrá desaparecido.

El alcalde, Abel Caballero, y el teniente de alcalde, Santiago Domínguez, son las puertas a las que se llama, en virtud de los compromisos y las promesas que se hicieron. La directiva se divide entre los optimistas, que apuran su capacidad de maniobra, y los que se desesperan intuyendo el final de la aventura. Que para algunos de sus miembros acabará con resultados gravosos. Pepe Conde, que ha sido el alma y el principal motor económico del proyecto, se está dejando el patrimonio en el camino.