La prudencia con la que afrontó su visita el líder no encontró justificación en el duelo. Lejos de estimular sus pretensiones por la delicada situación clasificatoria, el Getafe pasó por alto sus necesidades víctima del impacto que ejerce la trayectoria barcelonista por el curso.

El Getafe desechó pronto la posibilidad de afrontar el tramo final del ejercicio con el honor de haber sido el único equipo al que el Barcelona fue incapaz de ganar. La decisión de dejar a Esteban Granero entre los suplentes fue toda una declaración de intenciones del técnico azulón, Víctor Muñoz.

El Getafe renunció a la pelota y se atrincheró en su propia área.

Amparado al tránsito del tiempo y al sueño de alguna acción esporádica. De algún movimiento milagroso espacio minúsculo.

Las ocasiones se multiplicaron para el Barcelona a pesar de carecer de los espacios que le otorgan recintos mayores. Sólo Vladimir Stoikovic, el hallazgo getafense en la meta, alivió a los locales. Dejó con vida el encuentro.

Pero el Getafe carece de los argumentos de antaño. Del entusiasmo de épocas pasadas. Del empeño por asirse a la repercusión de la categoría. De no rehuir del cara a cara cualquiera que sea el rival.

Fue incapaz el equipo de Víctor Muñoz de sacar rentabilidad del efecto psicológico del pasado. De la victoria en la Liga pasada. La que hizo languidecer al cuadro entonces dirigido por Frank Rijkaard.

El que desveló parte de sus miserias.

El Getafe pasó por alto el estímulo de la hazaña copera. La que sonrojó al cuadro azulgrana. En tal vez la última noche negra que ha contemplado su historia.

Ni siquiera se sostuvo por la disciplina que ejecutó en la primera vuelta. En el choque del Camp Nou, cuando puso contra las cuerdas al bloque de Guardiola. Nada tiene que ver ahora con entonces. El equipo desprecia la victoria porque Víctor Muñoz tiene sus propios cálculos. Sumar como sea para amarrar la permanencia que aún mantiene en vilo el proyecto.

Intentó desviar ese aspecto el Getafe en la segunda parte. Con los cambios y con la actitud. Pero no le llegó para poner en aprietos al líder que manejó el compromiso a su antojo.

El Barcelona salió reforzado de Getafe, del partido y de la sesión. Y terminó con otro de sus fantasmas. El aliento se acaba para sus perseguidores.