"No nos engañemos._Esto es fútbol", decía ayer un antiguo directivo en relación al presunto amaño del Athletic-Celta. Todo el mundo asume la existencia de primas a terceros por ganar. La venta de partidos, en cambio, se queda en el territorio de los secretos que nadie se atreve a pronunciar en voz alta y que el tiempo convierte en leyenda. Lo extraordinario de esta semana es la presunta grabación de lo que se murmura, como una especie de psicofonía que revelase el lado oscuro de lo que relucen en la superficie.

En_España nadie ha puesto nunca demasiado interés en investigar esas informaciones. En 2003, "El Mundo TV" cazó con cámara oculta a varios ex directivos del Sporting confesando la compra de partidos. La Federación abrió y cerró su investigación con igual diligencia. La misma que pusieron cuando Regueiro denunció que el "Mono" Burgos le había propuesto facilitar el triunfo del Celta en El_Sardinero. "Fue una broma", dijo el portero. La dificultad de encontrar pruebas sólidas y legales facilita el carpetazo. El origen probablemente espurio de los documentos sonoros complica la clarificación de responsabilidades.

Otras competiciones sí han mirado directamente a los ojos de la corrupción. Lo ha hecho Italia varias veces a lo largo de su historia. En 1980, la denuncia de unos comerciantes produjo el descenso de Lazio y Milan a la Serie B. En 1985, el escándalo conocido como_"Totonero", con la apuestas clandestinas como motor, implicó el descenso del Perugia y sanciones para varios jugadores, entre ellos el mítico Paolo Rossi. Y está aún reciente el "Moggi Gate". El dirigente juventino, el "padrino del Calcio", fue cazado modificando designaciones arbitrales. Las investigaciones posteriores descubrieron numerosas ramificaciones: apuestas clandestinas, fraudes contables, arreglo de resultados. La consecuencia más sonora fue la pérdida de categoría de la Juve.

También en Francia han actuado contra la adulteración de su liga sin reparar en la categoría del culpable. Así cayó Bernard Tapie y su Olympique, único conjunto francés campeón de Europa. Aunque doliese a la "grandeur", los tribunales galos emitieron condenas de prisión contra el presidente marsellés y los jugadores del Valenciennes sobornados por él.

En Portugal se han quedado a medio camino. La compra de árbitros investigada, "el silbato de oro" como se le conoce, supuso la inhabilitación del todopoderoso presidente del Oporto, Pinto da Costa, y el descenso del Boavista. Pero el club de los "dragoes" se libró de tragos peores como la exclusión de los torneos continentales.

Dos árbitros, Robert Hoyzer y_Dominik Mark, estuvieron en el centro del huracán que desequilibró a la Bundesliga. Hoyzer confesó haber amañado partidos desde 2005. Una vez más, el mundo de las apuestas estaba detrás. La propia FIFA_ha organizado simposios al respecto: "Apuestas deportivas: simbiosis y peligros".

Algunos casos bordean lo surreal. Como el de los mafiosos rusos que se jactaban de haber comprado las semifinales y la final de la Copa de la UEFA que ganó el Zenit. En Malasia, en 1995, 80 futbolistas fueron suspendidos por sus derrotas de alquiler; en Hungría, en 1988, lo fueron 80. El fútbol español sigue presumiendo, entre tanto, de su limpieza. Quizá porque nunca se ha atrevido a mirar debajo de la alfombra