Luto y fútbol en la asamblea. Quizá porque en Galicia vivos y muertos se avecinan cordialmente por tradición. Todos los fallecidos recientes fueron mencionados. Celtismo de ultratumba, que llegó a incomodar al presidente.

Rodrigo Arbones se levantó primero para ofrecer un pésame colectivo a Carlos Mouriño. El hijo llorado, Juan Camilo, salió a relucir incluso de forma inconveniente cuando se acaloró el debate. "Parece que estamos de funeral y el funeral fue ayer", se le escapó a uno de los accionistas en referencia a la misa de la Colegiata.

Mouriño ignoró el desliz. Le venció, en cambio, la insistencia de los piadosos. Aunque su dolor de padre lo ha aproximado al celtismo, cabeceó cuando el presidente de la Peña Chicago pidió un minuto de silencio. "Lo agradezco mucho, pero creo que debemos seguir adelante".

Hubo otras menciones emotivas, como la del propio Arbones a Julio González-Babé, "celtista de pies a cabeza", y la crítica al club por no haber pagado una esquela en memoria de Genaro Borrás. "La gente que lleva años en el club nos dijo que se había perdido esa tradición desde hace años", explicó Mouriño. "La última fue la del vicepresidente Barros (Manuel, padre del actual número dos, Ricardo). Pido perdón", le dijo a los que se hubiesen sentido agraviados.

La asamblea también se definió por las ausencias y los silencios. Tras el lento goteo de asistentes, la puerta se cerró. Horacio Gómez no había entrado. Había algún ex de aquella época, como Carlos Pérez y Pablo Viana, y de etapas anteriores, como Ignacio Núñez. Pero el clima de la asamblea dependía directamente de Gómez. Su falta auguraba paz.

El suspiro de alivio se le congeló momentáneamente a la directiva cuando una puerta secundaria chirrió. Sabino López, azote de los actuales gestores, entró en la sala. Ya sin voto, por la tardanza. Y al final sin voz. El ex gerente, ubicado en una esquina, solo, permaneció en silencio durante toda la junta, como un vigía atento al horizonte. Como apenas hubo referencias a Horacio Gómez y de carga crítica muy liviana, López prefirió el papel de espectador.

Si hubo broncas agrias, fue por temas de menor calado como ciertas aseveraciones de Francisco Alonso combatidas a grito pelado por otro accionista desde la platea. El secretario de la junta, Jaime Mosquera, de estreno, tuvo problemas para imponer orden. "Póngase un pin del Celta", le exigió Alonso, molesto cuando le interrumpió. "El micro le queda grande". "Quizás sí", admitió Mosquera.

Regañinas breves, que no empañaron otras historias: la de cuarentones que se recordaron de niños en Balaídos, de la mano de sus abuelos; carnés de numeración bajísima; acciones y abonos comprados con el sudor; el miedo a la desaparición y la esperanza del ascenso. Más lo que une que lo que separa.