Álvaro Faes

Luiz Antonio y Ana Elena Massa se comían a besos en el garaje de Ferrari. Su hijo Felipe había cruzado en primer lugar la meta de Interlagos, era campeón en casa, el primer brasileño que lo conseguía desde Senna. Se ponía a la altura de mito. Al lado, Rafaella, la esposa del piloto, lloraba abrazada a una de las chicas de prensa. Unos pocos segundos después, el drama inundaba el garaje rojo. La pantalla colocaba un cinco junto al nombre de Hamilton. "¿Quintooo... Cómo es posible?". El patriarca del clan paulista se tiraba de los pelos, las manos sobre la cabeza. Su chico había abrazado el título a dos vueltas del final, cuando Vettel (motor Ferrari en su Toro Rosso) ajustició a Hamilton aprovechando una imprudente intromisión del doblado Kubica.

Hamilton consumía los últimos kilómetros en lo que iba a ser su Tenerife particular, una tumba brasileña como la que cavó aquel Real Madrid de los noventa en la isla. Iniciaba la última vuelta y tenía perdido el título. Vettel ya había puesto metros de por medio y el inglés contravolanteaba hundido en la desesperación. No se lo podía creer. Pero si la desgracia le había visitado en la vuelta anterior y le había birlado un título que tuvo controlado toda la carrera, los últimos metros le reservaban la mayor sorpresa de su vida.

Sólo unos pocos giros antes, la lluvia había propiciado una peregrinación masiva a los garajes para colocar los neumáticos con dibujo. Massa, Alonso, Raikkonen, Hamilton y Vettel, la cabeza de carrera, mantuvieron el órden establecido. Pero hubo un movimiento discreto, en el segundo plano de la batalla, que luego afectaría al título Mundial. Toyota apostó fuerte y aguantó a Glock en la pista para intentar ganar unos cuantos puntos.

En la última vuelta, el alemán se desfondó. Sus neumáticos de seco se quedaron en nada y rodó los últimos kilómetros a ritmo de paso de Semana Santa. Anthony Hamilton, el empalagoso padre de Lewis, ya debe estar preparando un generoso obsequio para Glock. Su renqueante última vuelta (1.44.731) le hizo perder dos posiciones, la segunda a manos de Hamilton, justo antes de afrontar la recta de meta. El inglés era campeón. Llanto de alivio en el box de McLaren. Los abrazos estaban ahora en el otro lado, mientras las lágrimas aparecían en el rostro de todo Brasil.

El guión resultó perfecto en el capítulo final. Después de dieciocho carreras, más de 5.000 kilómetros de lucha por cuatro continentes, la resolución se demoró hasta la última curva, el último segundo. Hamilton ganó con un triple sobre la bocina después de correr el contraataque con el marcador en contra. Más emoción imposible. Por segundo año consecutivo el campeonato se resolvió en la cita final, de nuevo los primeros de la clasificación (en 2007 fueron tres) terminan apretados en un sólo punto, máxima compresión en la lista de pilotos.

Y entre tanta exaltación, el segundo escalón del podio encontró a un piloto de Renault. Fernando Alonso despachó una carrera grandiosa, de manual. Fue el primero (junto a Vettel) que se atrevió a sacar del coche las gomas de agua obligadas para empezar la carrera.

Un colosal chaparrón obligó a retrasar la carrera diez minutos cuando todos los coches estaban preparados para una carrera en seco. El alemán y el asturiano se catapultaron a las primeras posiciones y presenciaron el dominio de Massa en la carrera. Por momentos, Alonso soñó con disputarle la victoria al brasileño. Pero una cosa es que el R28 haya mejorado y otra que pueda disputarle una carrera a un Ferrari. Pero Alonso sí que se las arregló para aguantar el tipo ante el otro coche rojo. No se arrugó cuando Raikkonen le puso el aliento en el cogote en el tramo final, siete segundos de recorte en sólo doce vueltas. Parecía presa facil del finlandés, pero el chaparrón decisivo le salvó cuando todos tuvieron que acercarse a los garajes para colocar otra vez las ruedas aptas para la lluvia. Así que Alonso termina el campeonato como nunca pensó que podía llegar a estar esta temporada. Es el piloto con más puntos en el último tercio del campeonato, ritmo de campeón para un piloto lastrado en la primera parte del año por un monoplaza menor.

Hubo meses de trabajo infernal en Renault, presión por parte del piloto y órdenes desde la jefatura de la marca. Tocaron a rebato y montaron un monoplaza que no tiene nada que ver con la tortuga del comienzo del año. Había que convencer al piloto para que siguiera un año más. Y parece que está hecho. La respuesta, cuestión de días.