Álvaro Faes ENVIADO ESPECIAL FóRMULA UNO

Apareció Fernando Alonso de entre bambalinas y se desató la locura. Da igual que el asturiano tenga imposible ganar el domingo, no importa que su coche sea una tortuga en la zona media de la parrilla. El fenómeno tiene cuerda para rato y ayer quedó demostrado cuando su presencia colapsó el pit lane. El remolino de gorras azules y banderas de Asturias se inclinó y puso a prueba la resistencia de las vallas.

El griterío anunció que algo estaba pasando. La estrella, el ídolo local, salía del garaje para saludar a su fans. Más de veinte minutos de autógrafos, fotos y algún abrazo furtivo, tras burlar el cordón de seguridad. Junto al piloto, su fiel Fabrizio Borra, fisioterapeuta, asistente y hombre para todo, hacía de parapeto. Los empujones eran inevitables, también entre los fotógrafos que se arremolinaban en torno al doble campeón del Mundo. La semidesierta tribuna principal de Montmeló contrastaba con revuelo que se había montado en el callejón de los garajes. Miles de aficionados aprovechan la jornada de puertas abiertas para escudriñar en las tripas de la Fórmula 1. Poseer una entrada da derecho a pasearse el jueves a escasos metros de los boxes, un privilegio que sólo se disfruta en Montmeló, el único circuito que tiene esa deferencia con los aficionados.

Pero los equipos dejan ver escasos detalles. Las vallas marcan la línea prohibida. A partir de ahí, territorio sagrado, laboratorio de secretos, terreno vetado a miradas profanas. Fotos sí, pero vídeo no. Los miembros del Racc se encargan de avisar uno por uno a los entusiastas de las video cámaras.

Muchas miradas se detienenen en Renault. Marea azul delante del garaje de Alonso. Los aficionados buscan la "aleta de tiburón" del R28 y algunos preguntan por el nuevo amortiguador inercial. Tratan de encontrar los cambios que incorpora el nuevo paquete aerodinámico. Pero lo más cotizado es la mirada del genio astur, su firma garabetada a toda prisa en gorras lanzadas al aire. Cuando casi nadie le esperaba salió al ruedo y cumplió escrupulosamente con sus fans.

El paseo del público por el pit lane es una gran idea. Acerca la Fórmula 1 al público y convierte a los pilotos, semidioses inalcanzables, en tipos de carne y hueso, más bien bajitos, que puluan alrededor de un coche. El entretenimiento es grande también para los locos de la gasolina. Mientras Alonso provoca un delirio de estrella de rock, los mecánicos de BMW ensayan las paradas. El simulacro lleva a un mecánico al habitáculo y a otros tres a empujar el coche. Repiten una y otra vez un ritual que debe ser mecánico para que los nervios no jueguen una mala pasada en el momento de la suerte suprema.

Gran parafernalia para un fin de semana señalado en rojo en el calendario de Fernando Alonso. En Renault se lo juegan casi todo a una carta, la del R28. El Gran Premio de España es una auténtica prueba de fuego para su coche y el rendimiento que ofrezca marcará el devenir del equipo y los objetivos reales de cada uno.