RACING 2 - 1 CELTA

RACING DE FERROL: Queco Piña; Ceballos, Charpenet, Olmo, Zanev; Cami, Rubén García, Chema Mato (Portilla, m.46); Jonathan Pereira (Manuel Castiñeiras, m.80), Carlier (Cacique Medina, m.77)y Álvaro Antón.

CELTA: Esteban; George Lucas, Rubén, Agus, Roberto Lago; Núñez (Quincy, m.83), Michu (Mario Suárez, m.75), Rosada, Jorge; Diego Costa y Perera (Okkas, m.75).

Goles: 1-0, m.19: Chema Mato. 1-1, m.29: Rosada. 2-1, m.71: Carlier

ARBITRO: Francisco Ramón Hevia Obras, del Colegio Madrileño, asistido en las bandas por Blasco Guillén y Rodríguez Vallejo. Amonestó al técnico local, Juan Veiga.

INCIDENCIAS: Encuentro correspondiente a la 32ª jornada de la Liga BBVA de Segunda División. Tarde calurosa en Ferrol. Terreno de juego en buen estado. Media entrada, con presencia de 1.500 aficionados vigueses.

Armando Álvarez - Enviado especial a ferrol

El duelo fraternal entre el Racing y el Celta sentencia a los célticos. Aunque estiren las matemáticas como el chicle, el ascenso se ha convertido en un espectáculo que los vigueses contemplarán desde la platea. El conjunto de Antonio López, fiel a sus rutinas, estropeó ante un adversario menor la mejoría experimentada ante el grande. El Racing no posee la calidad de los celestes, pero sí sabe cómo potenciar sus virtudes y enmascarar sus defectos. El partido se jugó siempre según su guión. De aquí a junio no queda otro objetivo que asegurar la permanencia con prontitud y examinar los pecados cometidos. Dos meses de desierto son la penitencia.

El Racing tiene más claro el discurso que debe aplicar en cada encuentro. Mientras el Celta se distraía en un fraseo moroso, de toque corto y romo, el conjunto local lanzaba tajos tan infrecuentes como letales. A los departamentales no les preocupaba el zumbido de los celestes al aproximarse. Sabían que el balón caería antes o después en una de sus múltiples trampas y con mucho espacio a la espalda de los centrales enemigos. Carlier investigó la fragilidad de Rubén y rondó de espuela un gol que sí conseguiría Mato de preciso remate zurdo a la salida de un córner.

A Malata, aunque no tenga la fama de Ipurúa, es también un escenario reducido, en el que los conjuntos de juego raso pueden sentir claustrofobia a menos que tengan una hoja de ruta. El Celta manoseaba la pelota sin darle sentido porque en sus triangulaciones era incapaz de incluir a Jorge, que escapó de la banda para hacerse ver. En tal estado de asfixia, forzar acciones a balón parado se convirtió en el recurso más adecuado. El empate llegó en un saque de esquina rematado por Rosada y despejado, según el juez de línea, cuando ya había superado la tela invisible del gol.

El intercambio de golpes no modificó la dinámica hasta el descanso: el Celta, sin encontrar el punto justo ni el desmarque decisivo; el Racing, cómodo dejándose hacer, salvo en las zonas y por los hombres sensibles, y a la espera de alguna falta o de la aparición mágica de Pereira.

Los de Veiga, que ya han comprobado que la clasificación no miente, se atreven a más al salir de vestuarios. Lago cometió el error de querer marcar territorio cuando ya no era necesario y Pereira prueba una y otra vez contra el lateral amonestado.

La carga verde desata los nudos del partido y descontrola el reparto de papeles. El partido pasa de estar atascado en la medular a troncharse en el ida y vuelta. La victoria se le ofrece madura al que la sepa recolectar. El cronómetro, que era un goteo chino, galopa ahora. A falta de calidad, es la ansiedad lo que entretiene, como en la pelea deslavazada de dos niños. Y es el Racing el que cuela su manotazo, en otra falta cerrada que nadie acierta a despejar.

Veiga ordena desandar los pasos y prueba a cerrar el choque como en la primera mitad. Es lo que procede. El técnico y los jugadores locales han sabido leer cada situación del partido con astucia; el Celta, en cambio, se ha equivocado en cada decisión. Avanzó a paso lento contra las falanges contrarias y no fue capaz de correr cuando estas se abrieron.

Esa miopía resume la temporada que ayer concluyó, aunque el Celta siga vegetando hasta completar su calendario. Ni la directiva ni la plantilla ni los sucesivos entrenadores encontraron jamás el equilibrio que los ascensos exigen. Deambularon de extremo a extremo: de manager general a técnico elegido por el director deportivo, del blanco al negro con las alineaciones cada siete días, de la extrema confianza al estrés. La consecuencia es que este equipo, a falta de diez jornadas, ya reposa en la tierra. Descanse en paz aunque no la merece.