Hace 15 años, el escritor español Carlos Ruiz Zafón se sentó en su despacho de Los Ángeles para empezar a escribir lo que fue el inicio de "El cementerio de los libros olvidados", una saga a la que ahora pone punto final con su nuevo libro que, dice, "no podía abandonar".

"Aunque no le hubiera interesado a nadie más en el mundo, solo a mí, lo necesitaba terminar como fuera", afirma en una entrevista con Efe el autor (Barcelona, 1964), en su paso por la 30 Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, en México.

"El laberinto de los espíritus" es la cuarta entrega de esta saga, la pieza que faltaba para que las otras tres historias encabezadas por "La sombra del viento" (2001) encajaran.

"Lamentablemente" -porque "a veces esto es malo y a veces es bueno"- Ruiz Zafón se acuerda "de todo". También del día lluvioso en que comenzó a escribir el inicio de la tetralogía, o lo que es lo mismo, la primera visita de Daniel Sempere al cementerio de los libros olvidados.

Ese momento, en que todos los elementos "cuajaron" y comenzó a buscar el tono que guiaría al resto de la narración, dista del día de hoy, en el que mira la totalidad de su trabajo como si fuera un edificio "que hubiera intentado construir ladrillo a ladrillo, poco a poco".

Esta cuarta parte, salida a la luz este noviembre tras "El juego del ángel" (2008) y "El prisionero del cielo" (2011), es un llamado a que los lectores disfruten "del goce, la belleza de la literatura".

Porque si algo quería con la saga era "hacer un homenaje a la literatura y una reflexión sobre lo que implica la escritura y la existencia de todas las personas que hay en torno al mundo de los libros", asegura Ruiz Zafón.

Para ello, señala que ha intentado combinar "prácticamente todos los géneros posibles", desarmando sus componentes, volviéndolos a armar y sumándolos a aquellos elementos "que hemos aprendido de la narrativa a lo largo del siglo XX" y que también provienen de ámbitos como el cine y la televisión.

Incluso del mundo de la publicidad, en el que el autor trabajó unos años en su juventud y donde aprendió que "cada décima de segundo de una imagen, de un sonido, de un detalle microscópico, tiene un montón de implicaciones".

Tanto que cuando finalmente da a leer el libro a sus tres personas de confianza -su mujer, su editor y su agente- sus comentarios solo pueden desencadenar pequeños cambios "de ebanistería", porque "el 99,9 %" del contenido ya está completamente definido.

"No queda espacio para cambios, dice el escritor, y añade: "Si le tocas un tornillo, explota; todo está tan bien apretado y tan bien armado que no hay espacio para eso".

En el "híbrido" -como él califica a literatura- creado por Ruiz Zafón permanecen como constante los elementos de intriga y misterio, propiciados por una Barcelona gótica inmortalizada, "más como un retrato", como un protagonista más de la novela.

Al igual que haría con otro personaje, a la ciudad ha querido "crearle una dramaturgia, un vestuario; lo iluminas, lo pones en escena y lo mueves", relata.

Ahora que ya ha terminado la tetralogía que le ha acompañado durante tres lustros, el autor comenta que podrá retomar una novela de Joyce Carol Oates, una de sus autoras contemporáneas predilectas, que tenía "un poco aparcada" porque "mientras estás trabajando en una novela, cuesta concentrarse en leer según qué cosas".

En este tiempo le han ido surgiendo nuevas ideas para otras historias, pero no ha querido dedicarles mucho tiempo, para de esta forma volcarse en su "necesidad vital" de finalizar la saga.

Aunque, matiza, puede que el próximo camino que siga sea algo completamente nuevo que acuda a su cabeza, porque "ideas siempre ocurren".

"Las ideas no tienen valor; es fácil tenerlas. Lo que cuenta es la ejecución, el trabajo, lo que se hace con ellas", argumenta Ruiz Zafón, añadiendo que la mayoría de ideas que acuden a su mente, en realidad, "no sirven para nada".