César Iglesias publica "Lengua del duelo", "una reflexión sobre el sufrimiento, especialmente el causado por las pérdidas". Una obra construida con una lengua propia. Iglesias ejerció el periodismo durante más de tres décadas con la firma de Julio César Iglesias.

-Aclare el detalle del cambio de firma.

-Por poner distancia de mi oficio. No reniego de la profesión que me hizo crecer intelectual y personalmente, pero necesitaba separar dos formas de escritura distintas. El periodismo es el narrador de la inmediatez y lo perceptible, la literatura es la relatora de lo permanente y de lo intangible.

-¿Le ha ayudado su trabajo de periodista?

-En este oficio se dice como elogio que tal o cual periodista "tiene mucho olfato". Esa capacidad de identificar un hallazgo que interese al lector y le haga reflexionar te lo da esta profesión. Pero cuidado, el periodismo no tiene el monopolio de relatar buenas historias, como tampoco la prosa. La poesía cuenta con herramientas suficientes para hacerlo. ¿Qué son "La Odisea", "La Ilíada", "La Eneida" o el "Poema del Mio Cid"? Historias muy bien contadas y que utilizan el ritmo, la métrica o un tono singular para hacerlo. Y a mí me interesa escuchar, leer y contar historias. Un ejemplo, "Salmo en Besullo" es un texto escrito en endecasílabos que echa una mirada a los protestantes de Cangas del Narcea [Asturias], relatado en primera persona por Dina Rodríguez, la última habitante de esta confesión religiosa, a la que conocí cuando acudí a hacer un reportaje.

-Esperó hasta los 55 años para publicar un libro de poesía...

-Hace seis años me ofrecieron editar una colección de poemas y eso me animó. Había también un grado de pudor, porque aquí identificamos poesía con sensiblería, lo que no ocurre en el mundo anglosajón, donde la poesía es un ejercicio más de reflexión intelectual y, por tanto, tiene una consideración social y académica distinta. Aquí se asocia la poesía con un adolescente enfebrecido, un poco friki o con tendencia al malditismo de vodevil. La testosterona y el acné juvenil hacen mucho daño a la poesía.

-¿Por qué eligió como título "Lengua del duelo"?

-Responde al tono del libro. He intentado realizar una reflexión sobre el sufrimiento, especialmente el causado por las pérdidas. Ese sentimiento tiene la capacidad de construir su propia lengua. Una lengua que, desgraciadamente, todos hablaremos en algún momento de nuestra vida. Es muy acertada aquella máxima del filósofo alemán Theodor Adorno que dice que después de Auschwitz se hace más difícil escribir poesía; cierto, es más dificultoso, pero hay que añadir que es más necesario que nunca, porque el poema, como cualquier otra manifestación creativa, nos reconcilia con nuestra esencia como ser humano.

-¿Le impulsó o le inspiró el dolor?

-La reflexión sobre el dolor, más allá de los episodios dolorosos que me haya tocado vivir, está en el origen de este libro. Pero cuidado, aquí no hay lavado de bajos. Respeto mucho a aquellos autores que convierten su vida en obra literaria y sé que los episodios que vivimos no son ajenos al latido creativo, pero no me interesa ese afán confesionalista que tienen algunos, ni para contarme sus penas y mucho menos sus hazañas sexuales. Si se renuncia al esfuerzo y a la exigencia intelectual para optar por el locutorio del confesor o el diván del psiquiatra el resultado es otro. Yo no lo llamaría literatura.

-Pero hay mucha tristeza en sus textos.

-Es una de las señas de esa lengua del duelo de la que hablamos, pero, insisto, aquí no hay confesión, hay reflexión a partir de experiencias, propias y ajenas. No me vea como un cenizo, ni un tristón ni un alma en pena.

-¿Es una obra que nace rebuscando en su memoria o en su imaginación?

-Me cuesta separar la memoria de la imaginación y de la reflexión. Muchas de las cosas que recordamos no somos conscientes de que las hemos vivido, pero existe la memoria heredada, ésa que nos relataron nuestros abuelos, padres o personas próximas y que convertimos en propia. Hay textos en "Lengua del duelo" que vienen de esa memoria adquirida, que resulta útil para construir una historia más allá de que haya acontecido o no. Y ahí es la parte en la que entran la imaginación y la reflexión.

-Alguna reseña dice que hay una búsqueda de un Dios ausente, ¿puede ser?

-Si hablamos de sufrimiento, de dolor y de duelo es necesario pensar en Dios. Cuando encaramos un reto o pasamos por un mal momento a nuestra boca vienen siempre dos invocaciones: el "ay mamina" y el nombre de Dios. Incluso para blasfemar invocamos a la divinidad. La mayoría de las personas, más allá de la solidez de nuestras creencias, está siempre buscando otras respuestas a lo que nos acontece y nos turba. Esto no lo digo yo, esto es antropología. Y Dios es una de las preguntas más insistentes en la historia de la humanidad. Comparto la experiencia y la esperanza judeocristiana, pero no he buscado en la religión ni consuelo ni sanación. Y menos en la escritura.

-Tiene usted una cita a Jeff Tweedy, de Wilco.

-Es una cita religiosa, de la canción "Jesús, Etc", donde pide a Cristo que no llore, que puede contar con él para lo que quiera. Utilizo esta cita de un grupo de rock, al igual que lo hago con un texto de Fernán Coronas o con otro del filósofo austriaco-israelí Martin Buber porque rechazo levantar barricadas entre las diferentes manifestaciones culturales y artísticas.

-Ya de metidos en el rock, ¿tiene algo que decir sobre Bob Dylan y la controversia con su premio Nobel?

-Bob Dylan es el Homero de nuestros tiempos. Es de preescolar que la literatura, la poesía, nació para ser cantada. ¿Qué eran el mester de juglaría, la lírica galaico-portuguesa o el romancero? ¿Habría sido posible la obra de Dante, Petrarca o Garcilaso sin los trovadores provenzales? El sanedrín académico nos dice que eso sí es literatura con mayúsculas, pero las expresiones artísticas populares y contemporáneas de los últimos dos siglos es cosa de la plebe inculta, de "negratas, yonquis y gente de malvivir".