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Dani Rovira: "Nadie te prepara para la fama y me costó dejar de ser anónimo"

"A los críticos no les ha acabado de gustar la película, pero no me arrepiento"

Dani Rovira // Paco Campos

Dani Rovira (Málaga, 1980) ha madurado. Tras casi tres años de un viaje frenético, ha conseguido parar y asimilar su nuevo rol. "La gente que me conoce me dice que me ve más relajado. He asumido que he perdido el anonimato, pero no la intimidad". Sigue siendo aquel cómico que conquistó al público con su humor blanco en los escenarios de media España; pero, además, con cinco películas a sus espaldas, ya se ha convencido de que también es actor. En su nueva película, "El futuro ya no es lo que era", dirigida por Pedro Barbero, coquetea por primera vez con el drama; metiéndose en la piel de un padre divorciado, Carlos, y de un futurólogo de éxito, Karl-El.

-Sí, estamos todos un poco a la expectativa porque no sabemos por dónde va a salir la liebre, pero es lo chulo de esta profesión. Es una apuesta arriesgada, importante, y mola formar parte de algo así.

-Parece que a los críticos no les terminó de gustar. Y si es así, qué le voy a decir. Cuando uno asume la existencia del éxito, tiene que asumir también la del fracaso.

-(Risas) Te plantan ese cartel y qué haces. El trabajo de un actor termina en el rodaje, lo que viene después está en manos del director y el productor. Además, reconozco que me he reído con muchas bromas.

-Fue duro. Acababa de terminar "Ocho apellidos catalanes", y el grado de cansancio era alto. Además, soy protagonista casi absoluto, y si no grababa, estaba en el proceso de caracterización de Karl-El. Ese personaje me trastocaba muchísimo. Mis ojos rechazaban las lentillas azules, la hora y media de maquillaje y peluquería diaria me podía, a veces incluso dos veces en la misma jornada; y rodar exteriores, con el boom de "Ocho apellidos vascos", me agobiaba muchísimo.

-No, somos el resultado de nuestras decisiones y de todo se aprende. Además, que me dieran la oportunidad de hacer un guion que se alejaba de la comedia; y con Carmen Maura, José Corbacho o Carolina Bang, es un privilegio.

-Eso sí que es tirarse a la ciénaga (risas). Estoy contento con el resultado. Fue duro, porque cada escena suponía una descarga de energía física y emocional importante; pero mostrar una enfermedad como la esclerosis múltiple, sobre la que no se había hecho nada, es maravilloso. Es algo mágico, más que una película.

-Con cinco pelis, puede que ya sí. Aunque me cuesta trabajo pensar que estoy en el mismo saco que actores que llevan toda la vida, que admiro y que son grandísimos. Prefiero que lo digan los demás, pero ya sí puedo decir: "Mamá, soy actor. Me han aceptado" (risas).

-Me costó, ha sido un proceso de aclimatación de casi tres años. Lo que pasó con "Ocho apellidos vascos", esa fama, es algo para lo que nadie te prepara. Todo cambia de un día para otro, y lo primero que tienes que asimilar es cómo ha pasado. Después de pasar ese duelo y admitir que parte de tu anonimato ha muerto, empiezas otra vez. Y en eso estoy.

-No hemos hablado nada, pero dejo la puerta "entorná", como decimos en mi tierra. Me di cuenta de que las redes sociales no son la voz de todo el mundo, y que a veces es mejor esperar para acercase a ellas. Y eso no me debe hacer renunciar a algo que me gusta.

-A finales de año, Clara (Lago, su pareja) y yo esperamos tener nuestra fundación constituida, "Ocho tumbao", para ayudar a proyectos relacionados con los animales, las personas y la naturaleza. Es una buena forma de decir si nos perseguís, aquí nos tenéis con algo bonito, que nos nace del corazón. Y me voy en octubre a rodar a Vietnam "Thi Mai", otro drama (risas).

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