Más de medio siglo de canciones de verano son, en parte, la banda sonora genética y sentimental de varias generaciones. Las hay para todos los gustos, desde baladas hasta rock pasando por tonadillas y bailes estrambóticos. De lo exquisito a lo friqui; de lo cursi a lo sexual. Desde la orquesta y el disco de piedra hasta la música electrónica. La historia de un país es también la que cuentan (a veces con apenas letra) estas canciones.

No hay certeza científica alguna sobre la llamada canción del verano. Algunas han sido clasificadas como tales, aunque al mismo tiempo siempre han sonado y se han bailado otras canciones tan o más célebres y populares. Dependía del lugar, de la radio, de la televisión, de la moda, de la compañía y de las circunstancias. La prehistoria de la canción de verano subyace en las orquestas, orquestinas y los discos de piedra y de vinilo. Los singles de entonces eran para un público joven con música negra y country y costaban un dólar. Los elepés eran para melómanos de más posibles, valían dos dólares y sus primeros reyes fueron Elvis Presley y Pat Boone.

En España sonaba en la radio y en las orquestinas el Rascayú, con Bonet de San Pedro preguntando: "Rascayú, Rascayú, cuando mueras qué harás tú, tú serás un cadáver nada más". Nada que ver con el Viva España de Manolo Escobar, ni con las "dos gardenias para ti" de Antonio Machín. Xavier Cugat era el director de gran orquesta más conocido y cotizado del mundo cuando aún no había discotecas en la península Ibérica.

La discoteca, el camping y el turismo trajeron los llamados temas del verano. Mientras, el rock penetraba en España desde las bases militares de Estados Unidos. Las tropas del Tío Sam regalaban, vendían o intercambiaban sus discos con los nativos. Un punto de desem­barco fue la Costa Brava. Concretamente, en l´Estartit, donde aún permanece la sala Mariscal, rockera del primer origen. Llorenç Massaguer está al frente y es uno de los mejores conocedores y coleccionistas de rock de Europa.

Nacido y crecido entre las primitivas discotecas, creó el primer garito musical de España que servía la mítica cerveza Budweiser. Se obtenía bajo las antenas de Radio Liberty de Pals. Era cuando ya estaban de moda las grandes discotecas travoltianas.

Muchas localidades ni veraniegas ni vacacionales debían conformarse con los temas de verano españoles, castizos y tonadilleros, pero los empresarios de zonas turísticas como Llorenç viajaban a París, Londres y Ams­terdam. Buscaban y traían bajo mano novedades como los Beatles, nada apreciados por el franquismo. Comenzaba la mixtura veraniega de Rolling Stones y Santana con Paquita Rico, el Dúo Dinámico, Los Paraguayos y La Chunga, con algunas notas de cálida música italiana y algunos éxitos de Eurovisión. Porque en las discotecas de hasta los años ochenta aún había ratos para lo rápido y distante y ratos para lo lento y arrimado.

Cuando creció el turismo, España fue un país de festivales musicales que aportaron más canciones estivales. Cuentan los estudiosos que la auténtica canción de verano, la de denominación de origen, se compone de una letra fácil, pegadiza y algo eróticamente provocativa que se repite hasta la saciedad. También sirven muchos la, la, la y olés, así como tiqui tiqui, taca taca, waka waka, supe supe y lenguas exóticas como Watabuinegui wanaga.

"Compuestas con sólo cuatro acordes combinados, lo que importa es el bailoteo y no las letras críticas de Bob Dylan", analiza Llorenç Massaguer. Con Georgie Dann y King África como referentes, se la llama también música de chiringuito. Y resulta válida tanto para un viaje iniciático de fin de curso adolescente como de fiesta de excursión del Imserso.

Lo latino del "limón limonero", el "qué será lo que tiene el negro" y lo rural "para hacer un corral", incluye sol, playa, bebidas, besos, manos más allá de la cintura y muchos movimientos de glúteos y caderas. Dado por sentado que el verano no está hecho para calentarse la cabeza, casi se olvida que siempre hay quien se refugia en algún lugar para degustar piezas con más contenido, para recordar que a veces el verano deja el ­"corazón partío", para soñar que algún día se recibirá "un ramito de violetas".

Documento sonoro de la sentimentalidad de un país, Llorenç Massaguer mira su pequeña catedral del rock y evoca: "Aquí he visto de todo. Hay quien empieza con el rock duro y acaba bailando Los pajaritos y La conga. Los pocos géneros que tienen vetada la admisión en Mariscal son los contenidos violentos del rap. "El regatón que lo destroza todo para que todo suene al mismo ritmo", critica Massaguer. Y la música electrónica que, al parecer del promotor de más de 7.000 conciertos, "lo único que hace es arreglar temas de antes para conseguir que todo suene digital".

Mientras cada verano se escucha el Mediterráneo de Serrat, su lírica no sucumbe bajo la épica bailonga de la Salchipapa. En los orígenes de todo, persiste aquel Hotel California, que vendió millones de discos, y se inventó el hit parade, que a veces se escucha mucho más que las canciones de verano. Y aquellos discos de oro y de platino que ahora se compran y se venden en el mercado de lance especializado.

Diversas son las gentes y diversas son las lenguas, escribió el poeta Salvador Espriu refiriéndose a España. Así, las canciones de los veranos fueron y son diferentes según las costas y sus respectivos turismos. "La Costa Dorada era de música más internacional, la Costa del Sol era más española y flamenca, la Costa Brava más vanguardista€", repasa Llorenç Massaguer el mapa del litoral. Baleares y Canarias son otras historias, todas unidas por algún chill out cerca de las olas y piscinas. Con la globalidad llegaron la lambada y el tanga, que dejaron antiguo y recatado el bikini de rayas de Eva María. Y la chica yeyé comenzó a parecer una novicia comparada con Madona o Lady Gaga.

Fiel testigo y reflejo de los usos y costumbres estivales, la canción del verano es una crónica cantada de los cambios y evoluciones de la subcultura española de estío. Del "no me gusta que en los toros te pongas la minifalda", al Sex Machine de Tom Jones. De la nostalgia de Anduriña, a Rosa López de Operación Triunfo. Del transistor y el loro al MP3. Del karaoke al Antes muerta que sencilla. Del vídeo musical a las canciones con imagen tridimensional. A veces se suman composiciones surgidas de la publicidad de cervezas y refrescos y grandes éxitos de los más famosos dj.

Del guateque se ha pasado a la piratería masiva internáutica. De las distintas listas de éxitos de las radios musicales, a los exitazos virtuales de Spotify y las diversas redes sociales. "Antes una canción del verano duraba décadas, ahora muchas no pasan de una temporada", compara Massaguer. Hoy es más difícil hablar de una canción del verano.

Pero con el punk que decía que "no hay futuro" ya más que integrado en el presente, aún se escucha cada verano el bolero que advierte que "pasarán más de mil años, muchos más y no se sabe si tendrá amor la eternidad", y el "bamboleo, bamboleo"€ Frank Sinatra, Elvis, Led Zeppelin, Stevie Wonder, Los Chunguitos, Triana, Las orquestas Plateria y Mondragón, La Trinca, la bamba, la pachanga, la cucaracha, la yenka, el mambo y el ¡ay! Macarena€ Todo revuelto con las estrellas prefabricadas de Disney, los recuerdos de Parchís, las bandas sonoras de inolvidables películas y las nuevas aportaciones de concursos televisivos que buscan talentos.

"La música no se toca", suplica Alejandro Sanz. "Tócala de nuevo, Sam, esta vez sólo para mí", susurra una dama en la pantalla de un piano bar. "Yo soy aquel", aún recuerda Raphael en sus conciertos estivales. A las canciones del verano les pasa lo que ya cantaba Julio Iglesias el siglo pasado: "Unas que vienen, otras que van, la vida sigue igual".