No hay otro nacido de mujer mejor que Juan, el Bautista, como no hay otro espacio que supere la belleza ni la calidad de la sacristía de la Colegiata, corazón de la muestra Aqva. La pequeña sala junto al altar del templo románico recoge representaciones de algunos de los artistas de mayor prestigio de la región, desde el toresano Esteban de Rueda al vallisoletano Juan de Juni. Se trata de la primera parte del tercer capítulo de la exposición, titulado "Los cielos se abrieron", una de las grandes alegrías de la propuesta toresana.

Los datos revelados por la Fundación Las Edades muestran que, en números redondos, un millar de personas recorren el itinerario del agua cada día. Superado el altar y la robusta talla del Cristo del Amparo, ese millar diario de personas observa una dalmática de Fuentespreadas y una casulla de la Bóveda de Toro, custodiadas por un cristal. Los tonos bermellón de las prendas son la antesala de la sacristía, donde el visitante debe pararse, respirar y disfrutar de la belleza de las representaciones de Juan, el Bautista, protagonista único de la tercera parte del camino.

En una vitrina hallará al profeta de niño, aunque "suele representarse de adulto, con la cruz, el manto color rojo por razón de su martirio -murió decapitado- y junto a un cordero, porque cuando pasó ante los discípulos, Jesús dijo: "Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo"", explica el comisario José Ángel Rivera de las Heras. Tras el cristal, resulta interesante la escena de un Juan niño bautizando a Jesús, pues "era costumbre en el Barroco este tipo de representaciones como premoniciones futuras", explica Rivera. Y otra escultura más, esta procedente del Museo de San Roque de Lisboa.

En piedra y madera

A partir de aquí, El Bautista adulto pasa por la gubia de algunos de los mejores artistas castellanos. Desde el arte singular, reconocible, del autor flamenco afincado en Zamora Gil de Ronza, al franco-español Juan de Juni -que recrea al profeta en piedra arenisca policromada- y uno de sus seguidores, Juan de Montejo, artista que trabajó Zamora, Salamanca y Valladolid.

Habitualmente, donde está la firma de Gregorio Fernández suele ubicarse el espacio culmen de Las Edades. Fernández es autor de una escultura en madera policromada de generosas proporciones que refleja su maestría, su impronta.

Y antes de dejar la sala, un óleo de Francisco de Zurbarán y una joya "robada" al Monasterio de Sancti Spiritus de Toro: un lienzo del pintor afincado en la ciudad Lorenzo de Ávila. Una concentración de arte en grado sumo que inicia el capítulo tercero, pero no lo termina. Continuará...