Ha cruzado los sesenta sobre las tablas donde dice que ella aún puede permitirse el lujo de rechazar papeles. Actualmente está inmersa en la obra La respiración, texto entre el drama y la comedia con la firma del director Alfredo Sanzol. Mantiene la radiación azulada en los ojos y, asegura, unos nervios de primeriza cuando debutó en una obra que al principio fue escrita para Gloria Muñoz. Sanzol le llamó allá por marzo y se integró en un elenco donde podría ser una madre para casi todos.

-¿La eligió Sanzol o usted fue a por él?

-Gloria Muñoz lo iba a dejar por unos compromisos y Alfredo me llamó. Yo había visto la obra y era muy fan. Me vi el vídeo de Gloria varias veces porque viene bien, aunque yo soy una persona y otra actriz distinta y es imposible hacer lo mismo. Alfredo (Sanzol) es inteligentísimo y muy cariñoso. Conoce y trabaja mucho con los actores. Sus obras tienen un punto de fantasía y de dolor, y la mezcla te inspira.

-La obra la protagoniza Nuria Mencía. Se presenta como "dos generaciones de actrices juntas...". ¿Se siente ya madrina de una generación?

-Tengo otra edad y otra experiencia vital. Aunque en realidad el tiempo no existe y a veces aprendes muchísimo de gente joven.

-¿Qué es lo que engancha para seguir?

-Las giras son muy cansadas y claro que ahora te cansas más que cuando tenías 30 años. Pero me da la vida. Me encanta la relación con los compañeros y el público, que se rían con una es lo mejor que hay.

-¿Alguna vez siente miedo a que eso se acabe?

-Un actor sin trabajo es un actor muy desgraciado. Un escritor puede escribir solo en casa y un pintor también... El cine es lo más duro de todo. ¿Sabes lo que cuesta ahora levantar una película? Es como escalar el Himalaya. El teatro es más pequeño...

-¿Se siente entonces más cómoda en el teatro? ¿Piensa aparcar lo demás?

-¡Qué va! Un actor es como los taxis, cuando tienes el cartel de libre estás a ver quién quiere contar contigo. En la tele ahora, con "La que se avecina", te conocen los niños. La popularidad es importante para un actor y hay que saber controlarla y no pasarse de rosca.

-Usted ya tiene en su haber un buen catálogo de directores. ¿Hay algún rasgo que les caracterice a todos?

-Les gusta mandar. Es verdad que son el alma de una película, pero cada vez más los directores jóvenes trabajan en equipo y se impregnan del resto.

-¿Son menos divos que cuando usted empezó?

-Sí, aunque yo nunca he tenido problemas con los directores.

-¿Nunca ha discutido por un papel?

-Siempre se llega a acuerdos. Cuando era más joven no era así, era todo más jerárquico.

-¿El rol de la mujer ha cambiado en el cine y el teatro?

-Queda mucho por hacer, eso es evidente. Se nos paga menos pero en todos los trabajos. Ahora las historias siguen siendo contadas por hombres que cuentan las historias que a ellos les interesan. Sobre todo en el cine las de sesenta no resultamos interesantes: las madres, las tías... no para los hombres jóvenes, tampoco para los mayores. En el teatro hay más papeles...

-¿Tiene una vertiente más femenina?

-Siempre ha habido buenas historias para mujeres en el teatro, aunque no en el clásico. En el contemporáneo hay personajes muy buenos para personas de mi edad.

-¿Rechaza muchos papeles?

-De teatro, sí.

-¿Y qué criterio se pone para escoger?

-El instinto. Si el papel es muy pequeñito no lo cojo, ya llegará ese momento.

-¿No ha sentido nunca que se cansaba de estar ahí arriba?

-Yo soy muy feliz en las tablas, a veces más que en la vida; ahí arriba no pasa nada inesperado.