De los seis capítulos que vertebran la exposición Aqva, el primero es quizá uno de los más sorprendentes. «No hay teología», explica el comisario, José Ángel Rivera de las Heras. Solo obras de arte que acercan el agua al espectador desde un punto de vista «antropológico y de la naturaleza». Y sorprende porque el visitante entra en contacto con los colores de la nueva edición de Las Edades del Hombre: el azul intenso que envuelve las obras, el celeste compuesto por millones de gotas que «se evaporan» y participan en el ciclo eterno de la Tierra.

La sala inicial, bautizada con el nombre «Agua de vida» en la Colegiata, es el espacio con una mayor concentración de representaciones contemporáneas, que se mezclan, a modo de paradoja, con la más antigua, un pequeño fragmento de mosaico que representa al dios Tritón, que data de principios del siglo IV. En un ejercicio de transparencia, Las Edades ha expuesto los tres bocetos que el artista Eduardo Palacios entregó a la Fundación para elegir el cartel. Junto al diseño elegido, los descartados: uno en tono cobrizo y otro que recuerda las manos que ilustraron la muestra «Monacatus».

«Está comprobado que el agua originó la vida en nuestro planeta», argumentó Rivera de las Heras en la presentación de Aqva. Para recogerla, almacenarla y beber el liquido vital, la exposición ha incorporado dos extraordinarias piezas de la Real Fábrica de Cristales de la Granja: una jarra de agua y una elegante «Copa de maestría», que deja ver en la superficie un grabado del Acueducto de Segovia.

El apartado introductorio tiene una especial presencia de lo zamorano. La pintura «Raíces, afluente del Duero», de José María Mezquita, o el diseño abstracto «Medium TenuereBeati» de Carlos Piñel dan paso a las obras de Antonio Pedrero, «Paisaje de Toro atardecido», y Enrique Seco San Esteban, «Zamora». Esta última es un óleo muy del estilo del autor, en el que expresa la vida en el Duero, con el barquero de Olivares como protagonista.

Junto a las pinturas zamoranas, una vitrina muy especial. Bajo el cristal, piezas de la alfarería tradicional de la tierra: cántaros de Toro, tinajas y otros recipientes de Moveros de Aliste. Tras ellas, fotografías de Ángel Quintas y Luis Cortés que rescatan escenas esenciales de la vida del siglo XX en la provincia.

Antes de dar un paso más para encontrarse con el Pórtico de la Majestad, conjunto escultórico policromado clave en el conjunto artístico de la Colegiata, dos singularidades. La primera, el azul intenso de los muros se confunde con el empleado por Clara Gangutia en la pintura hiperrealista «Ondarreta». Justo al lado, una pequeña joya del autor contemporáneo Antonio López. Son «Rosas de Ávila», tres jarrones con agua lozana, turbia y restos de flores ya muertas.