Para que la colección de piezas de Las Edades “fluya” por el río que recorre La Colegiata y desemboca en el Santo Sepulcro tiene que haber un proyecto detrás. Más que un diseño, el producto de años de experiencia acumulada desde hace más de una década de montajes, tiempo en el que Jesús Ignacio San José y Juan José Fernández se han encargado de hacer realidad los deseos de la Fundación Las Edades del Hombre y el guión de cada una de las exposiciones celebradas. Ese saber y la voluntad de sorprender en Toro han desembocado en Aqva, donde el título de la edición está más presente que nunca en el discurso que enseña, cual museo, las obras de arte de las diócesis de Castilla y León.

“El planteamiento siempre ha sido el mismo: hay un guión, un punto de arranque, un hilo conductor que marca la Fundación y un edificio, que debemos convertir en sala de exposiciones”. Jesús Ignacio San José, que empezó a trabajar con Juan José Fernández en la muestra de 2002 en Nueva York, prefiere ese término, “sala de exposiciones”, a museo. “Una de las características de Las Edades es la cercanía con la que el público disfruta del arte, algo que a veces puede parecer hasta peligroso aunque nunca hemos tenido problemas”, añade.

Eso sí. En todos los proyectos hay unas normas. “El recorrido debe ser lineal, accesible, y no puede haber vuelta atrás. A partir de ahí, la exposición ha ido cambiando, actualizándose”, explica San José. Desde ese momento, “la dificultad es la que generamos nosotros mismos con apuestas más o menos arriesgadas”, reconoce. Después de un año exigente, con la apertura en tiempo récord de “Santa Teresa, madre de oración” en cuatro sedes en Alba de Tormes y Ávila, los diseñadores de Las Edades podían haberse dado un respiro. Muy al contrario, la apuesta de Aqva es “arriesgada”. “Hemos intentado que un río fluyera por la Colegiata llevando al espectador para crear dos remansos en el Santo Sepulcro”, detalla el arquitecto. Si la idea está conseguida o no, “debe decirlo la gente y aún es pronto para saberlo”. Sí es cierto que la apertura de Aqva sorprendió a los primeros visitantes, que hallaron un montaje intenso en el que la calidad de las obras de arte se daba por supuesta.

El agua como “hilo conductor”, como una marea que envuelve al espectador hasta el Santo Sepulcro, donde al fin aguarda la paz de contemplar la sala de platería en torno a la pila bautismal, y la sala de los santos. Y al final, Jesús Resucitado, que dice adiós al visitante o un hasta luego. “Hay cosas buenas y otras mejorables, pero nosotros tenemos la satisfacción de haber estado ahí desde el inicio, de disfrutar de aspectos invisibles al espectador”, revela uno de los dos creadores del diseño de Aqva.