Músico precoz, viajero persistente, patriarca español del jazz y pionero en su fusión con el flamenco, Pedro Iturralde sigue insuflando "humanidad" al saxo y al clarinete sobre los escenarios, porque, a sus 86 años, no incluye la palabra jubilación en su vocabulario. "No está en mi vocabulario, no puedo dejar la música. El público me quiere mucho y me hace sentir más joven", dice en una entrevista en el estudio de su casa en el que trabaja, rodeado de discos y de premios, y donde no hay ni ordenador ni teléfono móvil, porque le gusta "hablar cara a cara y escribir a mano".

Hoy recibe la Medalla de Honor de la Fundación SGAE y lo celebrará tocando con su cuarteto, dentro de una programación que incluye otros conciertos, la proyección de películas cuyas bandas sonoras creó -como El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán Gómez- y una exposición sobre su trayectoria.

"Éste premio es especial por ser de la Sociedad General de Autores, de gente muy importante. Yo entré cuando tenía 16 o 17 años y en esa época te hacían un pequeño examen; tuve que armonizar un vals", recuerda quien a los 9 años debutó como saxofonista y a los 18 emprendió la primera de sus muchas giras por el extranjero.

Nacido en Falces (Navarra) en 1929, se inició en la música por su padre, "molinero de profesión pero músico nato": "Nunca olvidaré cuando me dio mi primer saxofón", que le abrió las puertas de la orquestina local.

A los 15 le contrataron en un café con orquesta en Logroño, donde compaginó sus estudios de violín y piano con actuaciones en las que acompañaba "a cupletistas y bailarinas que bailaban El amor brujo de Falla". "Me sé de memoria casi todos los cuplés de Quintero, León y Quiroga. Hay letras que son poesía, cada canción podía ser una pequeña función de teatro", defiende.

Tres años después se marchaba de gira por Lisboa, Marruecos, Túnez y Argelia, con una orquesta en la que cantó y se acercó a la chanson française de la mano de Aznavour y temas como Les feuilles mortes, uno de los que "siempre" le piden en sus conciertos y que no se cansa de tocar.

"Tuve éxito cantando, pero no quería dejar mis instrumentos", decisión que agradece el jazz, al que ha aportado un estilo propio y más de un centenar de temas, como la célebre Suite Hellenique, un homenaje a su querida Grecia que se ha escuchado incluso en La Scala de Milán. Son los primeros pasos de una brillante e intensa carrera en la que completó en un año el título superior de saxofón -"cuando no había profesor de saxo, era el clarinetista. Se me ocurrió que por qué no en España, cuando ese puesto existía en Europa y América, y se creó y gané la oposición y enseñé en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid desde 1978 a 1994"-.

Hay pocas cosas que Iturralde no haya hecho, pero una etapa decisiva fue la de sus 10 años en el Whisky Jazz Club de Madrid. Allí actuó con los más grandes, como Gerry Mulligan, Lee Konitz, Donal Byrd y Hapton Hawes, y conoció a Tele Montoliu, pero la nicotina que acumuló en sus pulmones sin ser fumador - "recuerdo las nubes de humo"- estuvo a poco de pasarle factura. "Si eso no se cierra, yo no habría llegado hasta aquí", reconoce. Cambió las actuaciones "nocturnas, todos los días de la semana" por las clases en el conservatorio y se aficionó a la bicicleta: "Esto me hizo recuperar la capacidad torácica y por eso puedo tocar mejor". Y que sea por muchos años.