El autor y expolicía catalán Víctor del Árbol, Premio Nadal de Novela 2016, confabula el "dolor y el pasado" en la historia 'La víspera de casi todo' (Destino/Columna), ambientada en la Costa da Morte, Barcelona y Argentina.

"Amo profundamente la naturaleza de lo que somos: maravillosos e increíbles; pero tenemos el alma profundamente enferma", ha dicho Del Árbol en un encuentro con los medios en Muxía (La Coruña).

Ha afirmado: "Hago lo mismo que Dostoievsky, Baroja, Unamuno: cuestionarme la naturaleza de lo que somos y no negármela", y lo hace con una novela está protagonizada por el policía Germinal Ibarra y una mujer hospitalizada con contusiones violentas que lo reclama, en un cruce de dos historias.

Del Árbol ha reivindicado que la novela trasciende a los géneros, de modo que es una historia mestiza entre la novela negra, psicológica y existencialista, y que alberga en el fondo "exilios interiores" de la mano de personajes que piensan que se pueden reinventar y que pueden borrar su pasado y ser personas distintas.

Son bisagras de su novela el pasado y el dolor de estos personajes, un dolor que a su vez saca a relucir uno de sus fantasmas: las enfermedades mentales, porque sus experiencias más traumáticas están relacionadas con ellas: "Durante mucho tiempo he tenido miedo de que la locura fuera contagiosa".

El dolor le interesa por su vertiente no como depresión, sino como motor del 50% de la vida: "Lo primero que hacemos cuando venimos al mundo es llorar", dice el autor, que toma el sufrimiento como revulsivo y por ello sus personajes nunca se resignan.

Respecto al pasado, Del Árbol proclama a través de la novela: "Si no afrontas lo que eres, no puedes ser otra cosa. No te puedes pasar la vida huyendo de lo que eres", por mucho que uno intente cambiar de vida o de residencia.

Bajar al infierno "sin paracaídas"

Ha dicho que la novela trata de la contradicción del ser humano, con una visión del mundo que parte de la desesperanza, de que el ser humano está podrido y enfermo pero aún así vale la pena: "La novela negra es una bajada al infierno sin paracaídas".

De hecho, ha defendido que en las primeras páginas de la novela ya ha sucedido el crimen y se sabe el culpable y la novela empieza después de ello: "Yo no soy Tarantino, no me gusta la pornografía de la violencia. Yo empiezo a contar donde los demás acaban".

Sobre la elección de Muxía como escenario, ha explicado que visitó este espacio agreste hace diez años y le enamoró su atmósfera que es el fin de todo y donde el tiempo no importa, convencido de que el paisaje forma caracteres y "al final uno acaba mimetizándose con el lugar en el que vive".

La presencia de Argentina en la novela esconde cierta reivindicación de la memoria histórica y del tema en común con España de los desaparecidos de la dictadura, un asunto por el que el autor se siente especialmente interesado y que en España tiene a 200.000 personas desaparecidas, asegura.

Escritor más que policía

Del Árbol ha asegurado haber dejado de ser el policía que escribe para convertirse en el escritor que era policía, según su definición, dejando atrás un estigma que le hace reivindicar que "a un artista se le tiene que juzgar por su obra, no por lo que él sea".

Para su escritura se ha apoyado en el ritmo narrativo de 'True detective' y 'Breaking bad', ha dicho, y en el proceso ha perdido unos ocho kilos con el objetivo de conseguir que el lector acabe identificando las novelas por su voz.

Sobre el lirismo de sus páginas, ha confesado ser un "poeta frustrado", y que, de hecho, escribe poesía que permanece inédita porque es demasiado privada.

Sin embargo, su próxima novela ya está en camino y es una 'road movie' de dos abuelos, protagonistas de una historia de amor para demostrar que en la vejez hay futuro y con un tono más luminoso, aunque la historia acabe "como el Rosario de la Aurora".