Toda gran obra conlleva inevitablemente un impacto en el entorno, tanto ambiental como social. Esto lo saben bien en la parroquia de Chapela, donde la ampliación de la AP-9 obligó a expropiar decenas de casas e incluso un colegio será trasladado por su cercanía a los nuevos carriles laterales. Pero la vara de medir de Fomento y Audasa parece que no es igual en el barrio de Cabanas, donde unos vecinos se han quedado a menos de siete metros de la valla de la autopista. Y lo que es peor, al coincidir con el inicio del puente de Rande están en una cota inferior a la calzada, con el riesgo que conlleva en caso de accidente.

"Tenemos miedo a que un día un conductor se despiste y se salga en este punto, porque caería sobre el tejado de mi casa. Y si es un camión o un autobús nos deja sepultados", lamenta Gonzalo Cabaleiro, el propietario de la vivienda. Este afectado lleva más de un año peleando por la expropiación del inmueble, ya que queda dentro de los ocho metros que marca la zona de dominio público, y así poder trasladarse a un lugar más tranquilo y sin riesgos. "No dormimos tranquilos desde que se abrió al tráfico, es como tener en todo momento una pistola apuntando a nuestras cabezas", afirma.

La situación de esta familia es uno de los casos que gestionan desde la Plataforma de Afectados por la Autopista, junto a otro edificio de cuatro plantas de Chapela, que también queda pegado a los carriles. "Fomento se comprometió a estudiar la expropiación, pero llevamos casi dos años esperando por una respuesta. Hace poco intentaron llegar a un acuerdo diciendo que nos arreglarían el terreno junto a la casa, pero eso no soluciona el problema, que es el riesgo con el que estamos condenados a convivir. Lo único que queremos es marcharnos de esta casa y poder estar tranquilos", explica.

Los dos años de obras han supuesto un martirio para estos vecinos, así como el resto de residentes en este barrio, que han tenido que soportar las vibraciones de las máquinas, el ruido constante de los camiones, el polvo y todo tipo de molestias. "Otro de los perjuicios que nos queda son las grietas que han aparecido en la casa, y mucho peor que esto, la falta de luz. Antes daba gusto porque el sol daba todo el día, pero ahora quedamos casi en penumbra bajo el puente. Y encima con la casa afectada para toda la vida, en la que no podremos ni mover una teja", comenta Cabaleiro.

La expropiación es la única salida que ve a esta situación, a pesar de que tendría que dejar la casa en la que nació. Su hogar desde hace 67 años.