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REDONDELA

Un siglo sin conocer el descanso

La redondelana Palmira Estévez, a sus 95 años, cultiva cada día su huerto para vender las verduras con su hija en el mercado de Vigo - "El trabajo es lo que me da la vida", confiesa

La redondelana Palmira Estévez, con la azada en su huerto. // FdV

"El trabajo es lo que me da la vida. El día que tenga que quedarme en casa sin nada que hacer creo que me iré al otro barrio", confiesa con una sonrisa Palmira Estévez. A sus 95 años, esta vecina de la parroquia de Cesantes desborda una alegría y vitalidad envidiable. Parece como si el tiempo no pasara por ella desde hace décadas.

Cada mañana se levanta temprano para ir a su huerto, con azada en mano, donde cultiva con mimo todo tipo de verduras y hortalizas. "Tengo patatas, cebollas, lechugas, berzas, coliflores... un poco de todo, que luego vendo con mi hija los sábados en el mercado de Vigo", afirma. Una labor que lleva haciendo media vida mientras la compaginaba con su trabajo en el mar como mariscadora por las mañanas, y atendiendo los fogones de la taberna O Tranquilo por las tardes. Así, año tras año, sin conocer el descanso. "Trabajé mucho, pero estoy contenta porque el esfuerzo mereció la pena. Mi ilusión era que mis hijos estuvieran bien y que no les faltase nada, así que puedo estar satisfecha", comenta.

La vida nunca fue fácil para Palmira, como para la mayor parte de su generación. Nacida en Mondariz, a los 8 años ya tenía que atender a una prima pequeña, a la que acompañaba todos los días al colegio Santo Jesús de Praga, en Vigo, "donde aprendí a escribir y a coser", apunta. En plena adolescencia, a los 14 años, el estallido de la Guerra Civil marcó a su familia. Su padre, mecánico en la localidad de Ponteareas, fue apresado por republicano y enviado al penal de la isla de San Simón. Esto motivó que su madre, con sus cinco hijos, se trasladasen a vivir a Redondela para estar cerca de la prisión. "A los 16 años comencé a ir al mar como mariscadora y descargaba el pescado cuando llegaban los barcos de bajura. Luego iba en tren a vender la mercancía a Portugal y traía a escondidas productos de contrabando como aceite, azúcar, café o jabón", recuerda.

A los 23 años se casó y tuvo tres hijos, por lo que comenzó a trabajar también en la conservera de Cesantes y más tarde abriría la taberna O Tranquilo de Cesantes, que hoy regenta uno de sus nietos. "Era duro porque por las mañanas iba al mar y por las tardes atendía el bar, que siempre funcionó bien. Nos venían muchos militares de la ETEA y guardias civiles que entraban por la puerta de atrás para cenar y echar la partida", comenta entre risas.

Entre sus recuerdos destaca la lucha que lideró para conseguir que no se instalaran unos viveros privados en la playa de Cesantes. "Era un ataque directo a nuestro medio de vida, una injusticia que no podíamos consentir, así que nos fuimos todas las mariscadoras a la playa y estuvimos tres meses durmiendo a la intemperie para evitar la expropiación. Para nosotras fue como una guerra y acabamos en el cuartel, aunque finalmente el juez entendió que aquello era un atropello que querían cometer y que las playas debían seguir siendo libres y nos dio la razón. Desde aquel día no volvió a pasar nada, incluso nos hicimos amigos de los guardias civiles de la Comandancia de Vigo, que cuando teníamos cualquier problema nos protegían", señala.

Degradación de la ría

Pese a aquella victoria, Palmira lamenta la degradación que ha sufrido la ensenada de San Simón a lo largo de los años hasta hoy por otros motivos, como la sobreexplotación, la contaminación y los numerosos rellenos realizados en la ría. "Antes íbamos a la playa y cogíamos almejas, navajas, ostras... había de todo en abundancia. Las anguilas se pescaban con calderos, casi no había que buscarlas. Trabajábamos más de 600 personas y había para todos, la almeja llegaba a la orilla, no tiene nada que ver con la situación actual". Y sabe bien lo que dice porque uno de sus hijos, Clemente Bastos, es el actual patrón mayor de la cofradía de Redondela.

Pero el trabajo en el mar ya solo forma parte del recuerdo de Palmira, que ahora dedica su tiempo al cuidado de su huerto. La salud siempre le sonrió. A sus 95 años el único achaque grave que sufrió fue hace cinco años. Una neumonía que le mantuvo una semana internada en el hospital. "Me asusté cuando me dijeron que me iban a trasladar al Nicolás Peña porque siempre pensé que ahí es donde llevaban a morir a todos", comenta con humor. También le colocaron una prótesis en la rodilla y a los ocho días ya estaba en la finca trabajando. Su única medicación ahora son las pastillas para la tensión, ya que goza de una salud de hierro que atribuye al trabajo.

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