Siempre me han hablado de Paulina como alguien especial. Y lo era por su modernidad, y precisamente era porque ella no lo sabía. Actuaba según su particular forma de ser, de un radiante optimismo manifiesto desde su juventud. Conocía su lugar y supo aprovecharlo.

En 1898, año de su nacimiento, Redondela era una pequeña villa marinera con una sociedad muy estamentada. Sus padres regentaban la dulcería de la céntrica calle Alfonso XII. Los nueve hermanos heredaron de ellos una exquista educación y la ferviente ilusión de vivir. Pasan los años y la ya maestra Paulina comienza a ejercer con verdadera pasión. Eran tiempos en los que la necesidad y el astío agobiaban de manera insoportable a la mayor parte de la población. Ella, alejada de la política y agarrada a sus fuertes valores, lleva a cabo un proyecto de integración utilizando la cultura como medio. Nadie antes lo había hecho en nuestra villa. Con la ayuda de personas allegadas organiza representaciones, en ocasiones con fines benéficos, en las que los niños son los protagonistas. Se establecen además lazos de confraternidad entre vecinos.

Fue, aún lo es en el recuerdo de esas generaciones, una maestra integral. El mismo gobierno reconoció su labor con la Medalla de Alfonso X El Sabio.

En el justo momento se rinde homenaje a una mujer que no tuvo igual en su tiempo, ni espejo en el que reflejarse. El multitudinario acto de inauguración de la exposición a ella dedicada estos días fue testimonio de ello.

La alegre Paulina, como las golondrinas que volando van y vienen en la vida limón del poema de Gerardo Diego, nos hace recordar que la primavera aunque tarde siempre vuelve. Y debemos tenerlo en cuenta.

*Director de Arte y Documentación de la exposición "Paulina, mestra de soños"