Qué difícil plasmar en palabras todo lo que ha significado para quienes lo hemos conocido a lo largo de la vida. Fue un gran amigo de mis padres, además de nuestro médico desde que nacimos mi hermana y yo.

Ha estado presente, por tanto, en muchos momentos tristes y alegres de nuestra casa y yo siempre lo recuerdo cariñoso, paciente, comprensivo. Podía estar haciéndote una cura, poniendo una vacuna... daba igual, con él parecía que dolía menos.

Ser discípulo de Gregorio Marañón marcó no sólo su trayectoria profesional, sino también su identidad como médico humanista. En el caso de Don Francisco, humanismo y humanitarismo han ido siempre de la mano; es decir, ha combinado perfectamente la excelencia científica con el trato humano a los pacientes.

Sé que para él, llegar con poco más de 20 años a una Galicia empobrecida por Guerra Civil, y estando acostumbrado y educado en Madrid, supuso un contraste. De hecho, me contaba que usaba petardos para ahuyentar a los perros que le perseguían por las corredoiras cuando se trasladaba a casa de los pacientes.

Él tenía una faceta divertida y socarrona que no siempre dejaba ver pero que, cuando salía a la luz, te llegaba mucho; tenía, dentro de su seriedad, un toque divertido que, por inesperado, celebrabas doblemente.

Ya no vivo en Porriño desde hace años pero de las primeras cosas que hacía siempre era acercarme a ver a Paco y Tilducha, su querida Tilducha, fiel compañera y apoyo hasta el final. Todo el que lo conocía sabía que ella era su motor y su alegría.

Paco pensaba cómo agradar a todos los que quería y, calladamente, lo hacía sin ruido ni estridencias.

Si tuviera que definir a Paco diría: señorío, rectitud, generosidad. Todo un caballero. Fue tan generoso que nos ha regalado una larga vida para compartir y disfrutar juntos.

*Paciente y miembros de la familia de Francisco Arias