Los vecinos de Loureza vivieron horas de angustia cercados por las llamas y ahora aguardan recelosos la lluvia. Observan desde sus casas el paisaje que las llamas devastaron a finales de agosto en uno de los peores incendios forestales de la temporada en Galicia, que afectó a cerca de 2.000 hectáreas en Oia y O Rosal, y confían en que la tierra aguante los chaparrones que están por llegar sin que vuelvan a repetirse las riadas que lo anegaron todo tras los voraces fuegos de 2006.

Aunque las primeras gotas cayeron ayer con cierta intensidad en la zona, no lograron alterar la tranquila vida de un pueblo que aún hace recuento de las pérdidas, sobre todo en madera y otros cultivos agrícolas. "Hoy vendí algo de madera; tuve suerte porque solo estaba un poco quemada en la parte baja", aseguraba Manuel, un vecino de la zona, en respuesta a otro lugareño que indicó que de su madera, en cambio, "no quedó nada".

En Acevedo, Noelia Diego reconocía la inquietud que siente su familia en Tras da Bouciña tras comprobar que en el monte "te entierras en ceniza hasta la rodilla". "Si empieza a llover fuerte y nos viene todo encima será terrible, aunque ojalá no pase nada", dijo, cruzando los dedos.

Las riadas inquietan, pero muchos las ven aún lejos y creen que podrían llegar más entrado el otoño. "Es pronto, el terreno aún está muy seco y tiene capacidad para absorber; además el agua no cae con mucha fuerza", señalaba Victorino Domínguez, cuya casa, rodeada de una vasta extensión de monte quemado, está además cerca del río Tamuxe. "No creo que esta vez pase nada, además están limpiando el río", agregó este vecino de Barrionovo.

De hecho, Xunta y Confederación Hidrográfica han desplazado a la zona cinco brigadas que trabajan desde hace días en la retirada de vegetación de los cauces fluviales y en la limpieza de sedimentos, cenizas, residuos y obstáculos para evitar taponamientos. La actuación, con un coste cercano a los 93.000 euros, tiene carácter urgente ante la inminente llegada del mal tiempo.

Suso Domínguez, vecino del barrio lourezano de Portarás, conoce bien los efectos del agua. Un torrente entró por el jardín de su casa y encontró salida por el garaje en el invierno de 2006. "Supongo que no pasará otra vez, fue increíble; había mucha maleza en el río y no había quien parase la corriente", indicó.

Domínguez comparte el recuerdo con Carlos Guerra, quien asegura que el agua "se llevó por delante" uno de los puentes del río Tamuxe y se quedó "a un metro" de anegar otro más alto por el que discurre la carretera que une Loureza con O Rosal.