En la parroquia de Rebordechán, en Crecente, Ramón Lourido lleva diecisiete años dedicándose a la producción de abono utilizando tojo como materia prima. Lo hace a través de un proceso biológico de fermentación y compostaje.

Ramón, de 54 años, lleva toda su vida en el campo y de él ha logrado su medio de vida. En 1980 puso en marcha, junto a otros dos jóvenes, una granja de cabras que llegó a alcanzar las 600 unidades. En 1996 se deshizo esta sociedad y en la búsqueda de una salida para el estiércol de las cabras, surgió la idea. Al vender el estiércol a un vivero de planta ornamental se dio cuenta de que había mercado para sustrato para plantas.

Partiendo de esta vía, Ramón empezó a profundizar en el tojo. "Pensé que el tojo tenía mucha potencialidad pero había que adaptarlo a las necesidades actuales" explica Ramón. Así es como este vecino de Crecente empezó a hacer abono pero, en lugar de en una cuadra como hasta entonces, en una planta de compostaje.

Su proceso de investigación le llevó tres años. Básicamente utiliza tojo y estiércol de animales domésticos. El proceso comienza con el desbroce de los terrenos de comunidades de montes. Un trabajo que Ramón hace gratuitamente a cambio de la materia prima. "La maquinaria que tengo de más de 12 metros de largo necesita espacios grandes, no cabría en parcelas más pequeñas" explica Ramón, quien considera que "es una simbiosis perfecta". "Limpiando los montes se reduce el riesgo de incendios y, por otro lado, se fomenta la biodiversidad de la flora y la fauna", explica este empresario crecentense.

Una vez cortado el tojo, se apila en el monte, donde empieza su fermentación aerobia. Posteriormente, se clasifica en pilas de 500 a 800 metros cúbicos y, periódicamente, se le da la vuelta para homogeneizar el producto y activar la fermentación.

Entonces, las pilas se tapan para evitar encharcamientos e infecciones por semillas. En la fermentación las pilas llegan a alcanzar los 70º de temperatura, lo que permite la esterilización e higienización de los productos.

La maduración concluye en la nave donde se enriquece de flora microbiana. A continuación, el más fino se envasa y el grueso se devuelve a las pilas

Actualmente, solo trabaja él en la empresa Abonos Lourido, pero en el pasado llegaron a vivir cuatro personas de esta idea. Apunta que la crisis también le afectó porque al construirse menos casas, también se crean menos jardines que necesitan sustratos, y lo mismo al reducirse el número de jardines públicos financiados por las administraciones.

Sus abonos a base de tojo se comercializan en Galicia y en el norte de Portugal. De hecho, es especialmente valorado para los viñedos.