La inexistencia de recursos y medios de vida entre los habitantes del Baixo Miño durante la posguerra, y en décadas posteriores, obligaron a muchas personas a buscarse la vida afrontando riesgos y penalidades. El polifacético Praxíteles González Martínez (O Rosal, 1937) es una de ellas. En su memoria están vivas las penurias de los contrabandistas del Miño o pisqueiros, que traficaban con mercancías de uno al otro lado del río, desde Galicia a Portugal y viceversa. Empleaban su propia jerga para entenderse. Un ejemplo es el nombre de chatarra de cobre plomo o estaño, que se conocía como sucata o zucata.

Praxíteles acaba de presentar en la Casa da Cultura de A Guarda su libro "Yo también fui contrabandista en el estuario del Miño". El historiador local José Antonio Urís Guisantes actuó como docto introductor del escritor autodidacta que comenzó a trabajar siendo niño y a los 12 años se inició como cabaqueiro (tejero) en Betanzos (A Coruña). Praxíteles aprovechaba ratos para leer y también practicó contrabando transfronterizo. Los encargos, pagos y contactos, se realizaban en las islas del estuario o en el río, donde los carabineros y los "guardiñas" (GNR portuguesa) no tenían jurisdicción, explica el autor. Las mujeres pisqueiras, comenzaron a pasar, camuflados, kilos de arroz, aceite, harina, jabón, telas para vestidos, kilos de café, cerillas, burlando la vigilancia de carabineros. Entre las heroicas mujeres cita a Rosa "a coxa", tía Isidora, "as do Laranxo", "a Callangaina", y "as de Setelinguas". Se valían de espías, que muchas veces eran niños o familiares, que les alertaban con códigos de señales sonoras o luminosas. Para ello golpeaban un yunque con un martillo, o una azada con una piedra, encendían una hoguera, o simulaban que llamaban por su nombre a una vaca. Ellas llegaron a salvar muchas vidas al pasar penicilina, cuando en España no habían existencias.

El contrabando tuvo momentos álgidos, con embarcaciones en las que se transportaban sacos de mercancía. Este tipo de estraperlo se conocía como "o pisco" . Los carabineros acostumbraban a utilizar la catana de limpiar el fusil para ir pinchando los sacos, para detectar objetos. La necesidad también la vivían los propios guardias, con sueldos mínimos, botas rotas, uniformes raídos y hambre en sus casas, describe Praxíteles, que recuerda el caso del que conocía como "O Careca".

El despertar industrial de España, a principios de los años 50 del siglo pasado, origina la aparición de la sucata o zucata, con tráfico de recambios de automóvil, chapa de cobre, lingotes, aluminio, etc. Los portugueses demandaban cantidades de neumáticos, almendra, uvas pasas, pulpo seco, bacalao, entre otros, con la ventaja de que el escudo se cotizaba más que la peseta. Traer 20 kilos de chatarra cruzando el río, podía suponer 300 pesetas de ganancia, "lo equivalente al sueldo semanal de un obrero en la fábrica de As Cachadas". Otros ejercían como espías o freteiros (porteadores) por cuenta ajena, que cobraban 200 pesetas por carga de unos 90 o 100 kilos de peso, desde el barco al almacén, por zonas pantanosas.