Daniel Bravo Besada se considera un superviviente, un hombre de suerte, después de que, por casualidad, decidiese dejar libre el lugar de primera fila, a cien metros de la meta del maratón de Boston. Este joven tudense siguió la prueba justo enfrente del lugar donde explotó la segunda bomba que el pasado día 15 de abril puso de luto a la ciudad estadounidense.

Testigo de excepción de la tragedia, este licenciado en Derecho por la USC y actualmente estudiante de inglés en la YMCA International Language School de Boston, regresó a Tui el pasado fin de semana y ayer relataba su experiencia de una ciudad "donde reinaba el caos y el llanto, mientras los policías indicaban a todas las personas que se fuesen de la zona, aunque el metro y otros medios de transporte estaban paralizados".

"Se trataba del maratón más antiguo del mundo y fui a verlo con otros dos amigos aprovechando que era un día festivo en Boston. Conseguimos situarnos a cien metros de la meta, justo enfrente del sitio donde explotó la segunda bomba". Cinco minutos antes de que la catástrofe ocurriese, decidieron ir a comer y "eso nos salvó", reconoce. Mientras estaban en el restaurante, situado en el bajo de uno de los edificios de mayor altura de la ciudad, escucharon un estallido, pero lo atribuyeron a fuegos artificiales. No se les ocurrió pensar en un atentado, con el impresionante despliegue policial que se veía por la zona.

Al salir del establecimiento, la ciudad había cambiado. "¡Evacuación, evacuación!" les dijo un policía en el andén del metro, medio con el que pensaban regresar a su piso. Se escuchaban las ambulancias y sirenas de policía en la otra calle. "Nos encontramos a una chica que lloraba porque no sabía de su familia y fue quien nos dijo que había explotado una bomba cerca de la meta". Mientras, vieron "como seguían corredores llegando hasta allí, ajenos a lo que pasaba detrás de las vallas. Eran 30.000 los inscritos, y los que sufrían eran los espectadores". Reconoce que vivió momentos de pánico, pues nadie sabía hacia qué punto escapar y decían que podían explotar más bombas. Una amiga les acogió en su casa y, desde allí, hizo lo que deseaba más en el mundo: comunicarse por Internet con sus padres, en Tui, para decirles que estaba bien.