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Una caricatura de la temporada

El Celta mostró buenas intenciones, se derrumbó por la mala ejecución del dispositivo defensivo y acabó convertido en un guiñapo

Brais Méndez intenta arrebatarle el balón a Marcelo. // LOF

Cabe elogiarle al partido su utilidad como retrato de la temporada; si acaso, algo exagerado en sus rasgos, caricaturesco, pero con voluntad de resumen. Este Celta de Unzué se muere como ha vivido y evolucionó en el Bernabéu como a lo largo de su existencia: bien intencionado, combinativo, esperanzador, cartesiano, dúctil y a la postre, impreciso, frío, desalmado, frágil, insípido e indiferente. Sus nueve meses de gestación han derivado en aborto. El fútbol no le concede a Unzué el tiempo que quizás hubiera necesitado para que su criatura cuaje. No le bastará con la permanencia holgada, un botín goloso durante buena parte de la historia del club. El fantasma de Berizzo lo recibió, eso ya se sabía, y lo despide, que es su condena. Al menos funcionará como membrana para quien lo suceda.

grietas en la presión

Unzué ha querido cambiar la emoción de Berizzo por su razón, impartir lecciones en vez de dar arengas. Quiso transformar aquella marca al hombre que determinaba el carácter de la escuadra en una riqueza táctica que le permitiese al Celta manejar diferentes escenarios . Y al final ha desposeído al equipo de su ímpetu sin proporcionarle consistencia. Se ejemplifica bien en el sistema defensivo que ayer intentó construir: un repliegue en fases, desde la salida del balón del Real Madrid hasta la propia frontal, acompasándose al rival. Pero tan mal ejecutado que le ofreció a Bale la pradera que el galés necesita para ser feliz. Y a partir de esos primeros golpes se le fue descosiendo la estructura. Un par de pases bastaban para desmontarla. Queriendo defender a toda cancha, acabó desmoronándose a lo largo y a lo ancho.

dolorosa frialdad

Ciertamente resultaba difícil esperar una buena versión del Celta: sin metas deportivas, privado de Iago Aspas y Pione y con la etapa de Unzué en sus postrimerías, ya sabiéndolo fuera. Los célticos aguantaron lo que su esperanza de ganar en el Bernabéu. Esos treinta minutos permiten entrever lo que posiblemente soñaba el entrenador con edificar en Vigo. Pero el grado de desnudez posterior resulta doloroso. Los célticos perdieron todos los balones divididos. Apenas cometieron faltas. Incluso en su gestualidad se palpaba más resignación que rabia. A Unzué, en gran medida, lo sentencia la sensación de que la frialdad del grupo es la traslación de su propio carácter o al menos de su incapacidad para contagiar entusiasmo.

hemorragia izquierda

El Real Madrid encontró en la banda izquierda del Celta la fisura en la que inscrutarse y a partir de ella demoler la defensa celeste. Y aunque Unzué y sus ayudantes lo entendieron también, no fueron capaces de encontrar la masilla que contuviese esa hemorragia. No funcionó el cambio de lado de los centrales ni tampoco reforzar la medular con Tucu, desplazando a Jozabed hacia la zona de conflicto. A la postre, el equipo lo interpretó como la claudicación definitiva. No se repararon los daños y por contra se perdió el filo.

tiempo de balance

La decepción presidirá el balance de la breve etapa de Unzué; por la comparación con la anterior de Berizzo y por sus resultados en sí. Le ha perjudicado que escuadras más modestas, como Girona o Getafe, hayan funcionado. Y que modelos parecidos en su atrevimiento, como el de Setién, sí hayan florecido. En su gestión de la plantilla se mezclan los éxitos (Maxi, Lobotka, Brais Méndez) y los fracasos (Mor, Tucu, Radoja), más allá del reparto de culpas de cada caso. Pero al menos cabe reconocerle que el equipo nunca flirteó con el descenso; algo que el celtismo puede dar por sentado, pero que es siempre una posibilidad que aletea sobre la mayoría de equipos de Primera División. Unzué no ha destrozado el modelo que el Celta encarna desde Eusebio Sacristán. No ha comprometido el futuro del club. Ha mejorado la cotización de varios futbolistas y sembrado promesas. La frustración que se palpa en buena parte del celtismo, en una de las mejores épocas deportivas y económicas del club, trasciende al navarro. Esa insatisfacción está dentro del propio Celta, de su directiva y sus aficionados. El entrenador que venga no debiera cargar con un peso que, en cierta medida, ha contribuido a complicar el trabajo que se le había encomendado a Unzué. Porque el celtismo, como en otros ciclos, ha perdido la capacidad de ser feliz.

el misterio de casemiro

Casemiro es una pieza clave en este Real Madrid, como lo fue Makelele en aquel de los galácticos: ese personaje oscuro sobre cuyo esfuerzo se sustenta el brillo de sus compañeros. Casemiro es el legado de Rafa Benítez, al que criticaron por ponerlo y que se suicidó al quitarlo. Casemiro roba y entrega. Siempre sabe a qué peligro acudir. Y pega. Sabe pegar. Pero tiene además la camiseta como aliada. Porque es difícil concebir un pivote tan duro que reciba tan escaso castigo arbitral. Su penalti sobre Brais se produce a escasos metros de un árbitro bien colocado. Su capacidad para pasar desaparcibido alcanza lo misterioso.

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