Old Trafford enmudeció la noche del 11 de mayo de 2017 ante el ataque desesperado del Celta en busca del gol que le llevase a la final de la Liga Europa. Era la última jugada del partido. El balón colgado al área del Manchester United lo peinó de cabeza el Tucu Hernández hacia Cabral, que tocó para Beauvue. Entonces, al antillano se le abrieron las puertas del olimpo céltico con aquel balón manso que le llegó en condiciones inmejorables para rematar con la pierna derecha a tres metros de la portería de Romero. El guardameta argentino se había lanzado al suelo en un reflejo desesperado por evitar el gol. A pesar de su privilegiada posición, Beauvue no vio claro el remate y decidió traspasarle la responsabilidad a Guidetti. El sueco no supo qué hacer con el balón que le llegó mientras pensaba en cómo celebrar el tanto de su compañero en una victoria heroica. Con el pitido final del árbitro brotaron a raudales las lágrimas de la derrota.

Hoy se cumple un año de aquella noche histórica, una de las más importantes en las nueve décadas de existencia del club vigués. De ese cenit en Manchester, el Celta ha descendido a trompicones, como un alpinista con síntomas de mal de altura. Esa gesta resultó demasiado efímera para un equipo que parecía dispuesto a seguir derribando puertas y ofreciendo grandes alegrías a una afición que en Old Trafford dejó otra imagen inolvidable al negarse a abandonar el estadio, pese a las recomendaciones que se lanzaban desde la megafonía, mientras su equipo no saliese de nuevo al campo para recibir el último agradecimiento por un año inolvidable. Berizzo ya había realizado su emotivo y sentido acto de despedida al celtismo con un aplauso prolongado caminando hacia el East Stand de Old Trafford. En el Teatro de los Sueños, el técnico argentino daba a entender que así cerraba una intensa etapa en Vigo.

Regresar a la competición europea se convirtió, a partir de entonces, en una obsesión para muchos celtistas y en el objetivo del club, del equipo y del nuevo técnico, Juan Carlos Unzué, sobre quien rondaría continuamente la sombra de Berizzo.

Las comparaciones sobre ambos técnicos resultaban inevitables, tanto a nivel personal como en cuanto al rendimiento del equipo, que en esta irregular temporada también ofreció actuaciones brillantes, sobre todo cuando sus jugadores se soltaban de las ataduras tácticas y recuperaban la competitividad que les situó apenas a unos segundos, a un instante, de conquistar Old Trafford.

El empate en Manchester no fue suficiente para que el Celta alcanzase su primera final continental, a la que tampoco podrá aspirar la temporada que viene. Después de Berizzo y de Unzué, habrá otro responsable del banquillo al que el celtismo le reclamará que lleve al equipo hasta las puertas de otro Teatro de los Sueños y que ahí, en ese instante decisivo, un Beauvue cualquiera no dude en descerrajar ese disparo que abra las puertas del cielo futbolístico, de lo sublime. Por lo menos, que lo intente; a ver qué pasa.