Europa es hoy una quimera para el Celta. Los números mantienen viva alguna posibilidad, pero la lógica del fútbol y el calendario señalan lo contrario. El empate ante el Valencia se llevó las últimas esperanzas de exprimir hasta el mes de mayo la ilusión por volver a la Europa League. En el sector optimista apenas queda Unzué, que defenderá esta posibilidad hasta que Pitágoras diga lo contrario, pero el grueso del club y de la grada ya ha asumido el final oficioso de la temporada. El tren se fue en una tarde complicada por la entidad del rival y por las importante bajas con las que el Celta afrontaba la cita. No se le podrá negar a los vigueses capacidad de lucha. La tuvieron para combatir a los de Marcelino -uno de los equipos con mayor nivel de energía de la Liga- y para encontrar la forma de igualar en el segundo tiempo un partido que tenía el aspecto de convertirse en un martirio para sus intereses y de lo que le salvaron entre otras cosas las paradas de Sergio Alvarez, renacido en este final de temporada.

En el actual Celta la vida sin Iago Aspas es como una de esas tardes de domingo grises en las que no pasa nada y el reloj parece no correr. Uno permenece encerrado en casa sin más aliciente que esperar la hora de meterse en cama y reiniciar el proceso vital cuando suene el despertador a la mañana siguiente. Contra esa idea que se extendía en los prolegómenos del partido peleó el Celta en un día perfecto para que, sin el paraguas que supone Iago Aspas muchas tardes, se reivindicasen un puñado de jugadores.

Para cubrir la ausencia de Aspas, el técnico dejó en punta a Maxi con Pione Sisto y repobló el medio del campo con gente de buen pie como Lobotka, Wass, Jozabed y Brais Méndez, convertido ya en una pieza esencial del engranaje vigués. El canterano volvió a convertirse en una de las grandes noticias que dejó el partido para el Celta. Su desparpajo y calidad impresionan. Cada tarde que juega es un curso que supera en su carrera por licenciarse. Aunque intermitente de sus botas surgieron posiblemente las acciones más brillantes de un Celta que peleó, corrió y chocó, pero al que le faltó un punto de inspiración y talento para comprometer de un modo más serio la portería de Neto. Brais sí lo hizo porque es esa clase de jugador diferente, capaz de hacer saltar una defensa con un simple amago con la cintura.

El problema es que en el otro campo Marcelino decidió convertir sus ataques es un duelo en el que eligió arma: la velocidad. Lanzó a Santi Mina y a Rodrigo -fuego amamantado en A Madroa- contra Cabral y Sergi Gómez. Un problema serio para los vigueses que arrancaron con lo justo en defensa por la ausencia del sancionado Jonny y que a los quince minutos vieron cómo Roncaglia se lesionaba y obligaba a Unzué a tomar una decisión complicada: encontrar un lateral zurdo de urgencia. El navarro eligió lo que parecía la solución más extraña: Andreu Fontás. El catalán se enfrentaba a una posición criminal para él, que desnuda sus defectos. Seguramente lo hizo para no enfrentarle directamente a Mina o Rodrigo y concederle al equipo más salida del balón por el sector izquierdo cuando recurriese a la línea de tres (que alternó continuamente con la defensa de cuatro). Y lo cierto es que, salvo los desajustes iniciales en defensa a la hora de bascular, el Celta apenas sufrió en el primer tiempo. El Valencia se encogió en su caparazón y esperó paciente. Sabía Marcelino de la facilidad viguesa para complicarse la existencia a la menor ocasión y con dos cohetes en punta era evidente que acabarían por encontrar una puerta abierta hacia Sergio. Pudieron pagar ese exceso de precaución porque el Celta dominó aunque lo hizo sin apenas disparos. Sisto le hizo un par de nudos a Vezo en el arranque y Wass fue un martirio para Lato por la facilidad con la que le ganaba la espalda en el área. De hecho, en una de esas acciones el danés fue derribado claramente pero pilló a Undiano comprobando si había comenzado a llover.

La historia cambió en el arranque del segundo tiempo porque Marcelino dio un paso adelante. Elevó descaradamente la presión y se fue en busca del Celta que lo pasó mal para construir el juego desde atrás. Entró en acción Sergio Alvarez. El de Catoira volvió a a ser uno de los protagonistas de la función. Su papel en este final de temporada resulta asombroso y ha vuelto a confirmar su capacidad para resistir, para esperar. Detuvo al Valencia en varios intentos consecutivos con el equipo completamente desbordado. Fue el flotador al que se agarró al Celta. Lo paró todo hasta que en el minuto 58 Santi Mina recibió un balón a la espalda de los centrales tras una pérdida en la salida de la pelota. El vigués descerrajó un disparo cruzado contra el que Sergio no pudo hacer nada. Pidió disculpas Mina en el primer gol que le marca al equipo que le vio hacerse un hombre. Pero Balaídos sigue sin perdonarle y le castigó con una lluvia de pitos.

El Celta, sin el genio de Aspas pero con parte de sus agallas, se fue a por el Valencia de un modo algo rudimentario. Encontró el empate en un balón parado lanzado por Wass y que encontró el cabezazo salvador de Maxi que rompía así con su racha de siete partidos sin ver portería. El premio también a la infatigable pelea que libró con los centrales del Valencia.

El empate no le servía al Celta y Unzué acabó prescindiendo de otro central para dejar una línea de tres defensas y añadir gente al área contraria. El partido enloqueció como era de esperar. Atrás los vigueses resistieron con el buen trabajo de los centrales y de Sergio, que volvió a ser providencial en un mano a mano. En el otro lado el Celta hizo ruido, pero poco más. La lámpara mágica que suelen frotar en esos casos estaba sancionada en la grada y el equipo se tuvo que conformar con ponerle una dosis más de esfuerzo. Otros días tal vez fuese suficiente, pero ayer no le alcanzó para darle sentido a tener en regla el pasaporte.