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Las penas, con fútbol son menos

El Celta se redime con un partidazo ante el líder que llena a Balaídos de orgullo

Roncaglia y Boyé, junto a Messi, al final del partido. // J.L.

Ajeno a la Guerra del Palco, Balaídos lució sus mejores galas de la temporada para gozar de un partido de fútbol grandioso. La ausencia en el arranque de los primeros espadas azulgranas restó acaso épica a la noche, pero desde luego no electricidad ni emoción a un choque frenético, disputado en el filo de la navaja, que el Celta esta vez sí jugó como si le fuese la vida en el empeño. Y la afición lo agradeció sin escamotear un solo aullido de aliento.

El estadio vibró y conectó con el equipo como en sus mejores tiempos, una comunión casi desconocida este curso y casi habitual en los precedentes, salvo por algunos instantes aislados, como los últimos minutos contra el Sevilla, cuando el genio de Aspas emergió para firmar un triplete. Se vieron grandes jugadas, errores y hubo también lugar para el pecado y la redención, como Jonny, que regaló un gol y se redimió haciendo el empate al filo del descanso en boca de gol con la ambición y contundencia del más fiero delantero centro.

De nada faltó, Balaídos vibró con el espectáculo y la calidad del juego, se llenó de orgullo por la determinación del equipo, lamentó las oportunidades perdidas pero también suspiró por las falladas por el rival y se estremeció con las paradas de Sergio. El vértigo de la vida en 90 minutos.

Tal fue el ímpetú celeste que a Valverde no le quedó otra que tirar de arsenal. Entró Messi y por un instante del Celta se encogió. Semedo y Paulinho encontraron el gol, pero de nuevo el Celta resurgió amparado en la determinación de Jonny y el descomunal talento de Aspas, que expulsó a Sergi Roberto, cortejó el gol y puso de nuevo el partido cuesta abajo. Contra las cuerdas, el Barça resistió en la trinchera y el Celta volcado en buscar con todo un empate que Aspas encontró, a lo Maradona, con la Mano de Dios, para llevar al delirio a la grada. Boyé tuvo franco el triunfo, falló lo imposible y la grada se retorció de asombro. Al final aplausos para regocijarse con un punto repleto de sustancia, que no alcanza para mucho, pero que llena al celtismo de orgullo. La lesión final de Iago complica el futuro pero, con fútbol, las penas son menos.

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