El Celta se mira en el espejo y no se reconoce. Incluso en días como el de ayer le desagrada lo que ve hasta el punto de perder la cabeza y convertir la visita del colista a Balaídos en una dolorosa pelea contra sí mismo y contra aquello que le rodea. Empató el Celta contra un equipo que ya ha asumido su descenso a Segunda y Balaídos se llenó de desilusión y reproches, una pésima noticia, peor incluso que el propio resultado. Le faltó fútbol a los de Unzué y le sobraron demasiados gestos desagradables, propios de un equipo frustrado por su incapacidad para sacar adelante una tarde que imaginaban sencilla.

Viven los vigueses un momento crítico de la temporada, amenazados por la posibilidad de acabar arrinconados en tierra de nadie, desenganchados de cualquier pelea y sin más aliciente que la llegada de las vacaciones de verano. Su juego vive una peligrosa involución y lejos de avanzar el conjunto vigués lleva semanas en permanente e inquietante caída. Días como el de ayer, marcados por el pesimismo, invitan a pensar que ya no dan para más. La visita del Málaga, conjunto que se ha olvidado de la última vez que consiguió ganar un partido, sacó a relucir la peor versión posible del Celta. Un grupo sin alma, ritmo ni ambición; conformista, plano y aburrido como un tablón de madera que jugó más de una hora dando la impresión de estar cansado de la vida y que solo en el último cuarto del partido pareció recuperar la ambición y la energía para cambiar el destino de una tarde negra. Disfrutó de ocasiones para ganar (una de Iago Aspas pasará a la historia por lo incomprensible del fallo) pero no hubiera sido justo. El Celta no mereció más que ese triste empate que le deja a cuatro puntos de la séptima plaza que podría dar derecho a disputar competición europea la próxima temporada. Y lo peor no es eso, sino esa sensación en el ambiente de que el equipo se ha desconectado de su propia gente, algo que debería llevar a la reflexión de todos los involucrados.

La primera hora del partido fue un verdadero dolor, una visita al dentista sin anestesia. Con la intensidad de un partido de finales del mes de julio Celta y Málaga torturaron a los espectadores con un espectáculo terrible jugado a un ritmo de liga de empresas. Una sola ocasión se le contabilizó a los vigueses en esa primera entrega. Fue en una llegada de Pione Sisto desde la izquierda en la que pudo encarar a su pareja y solventó la jugada con un disparo que no agarró el efecto que esperaba. Fuera de eso no hubo más. La nada, el desierto. Es cierto que Unzué se había quedado en las horas previas sin dos de sus jugadores y esas cosas siempre alteran un tanto a los vestuarios. El turco Emre Mor se quedó en casa por culpa de un proceso gripal (lo que permitió a Sisto recuperar su sitio en el once inicial) y Rubén Blanco se lesionó en el calentamiento con lo que Sergio fue titular y el juvenil Fran Barbosa tuvo que ser reclutado a última hora para sentarse en el banquillo. La ausencia de Mor sí pudo tener su efecto en el rendimiento del Celta porque en las últimas semanas se había distinguido como el jugador con más electricidad. Sin su capacidad agitadora los de Unzué se dejaron llevar por el tedio y se estrellaron contra un Málaga bien ordenado y que se jugó sus opciones a lo que pudiese surgir de las galopadas de Rolan y En-Nesyri.

En el Celta nadie dio señales de vida. Fue un equipo monocorde y gris en el que ningún futbolista dio un paso al frente. Tampoco Iago Aspas, alterado como pocas veces. El moañés jugó el partido con las pulsaciones disparadas, se enzarzó en todas las grescas que hubo y se pasó el partido midiendo la paciencia de Undiano Mallenco. Además regaló un gesto reprobable cuando en el segundo tiempo reprochó de un modo desmedido un mal pase de Pione Sisto. Una acción que delata el desquiciamiento con el que el Celta vivió el partido, una consecuencia de verse incapaces de levantar el nivel de juego y de solventar un partido que desde el vestuario se había tachado de trascendente para engancharse definitivamente a la pelea por los puestos europeos.

Solo se aceleró el partido en los últimos veinticinco minutos. Coincidió con los cambios de Unzué, pero no porque hayan sido determinantes en lo sucedido porque tanto Radoja como Boyé no mejoraron las prestaciones de Brais Méndez y de Pione. Más bien fue el Málaga el que abrió el partido. A los andaluces les costaba replegar como al principio y eso permitió al Celta encontrar espacios para estirarse con más naturalidad. Fue como si se les cambiase la cara. Hugo Mallo se convirtió en un extremo que insistió desde su costado y el Celta se instaló en los alrededores del área del Málaga. Pudieron marcar los vigueses. Sobre todo en un remate violento de Sergi Gómez al poste izquierdo y en una acción que seguramente no dejará dormir a Iago Aspas durante un tiempo. El moañés recibió un pase de Maxi Gómez para que la empujase a la red a dos metros de la portería. Incomprensible dudó en el último instante y golpeó la pelota de forma deficiente mientras Balaídos se pellizcaba para creerse que aquello que acababa de ver era real. Ese error describe el partido y la actuación de Aspas, peleado contra el mundo. El epílogo de una tarde que el Celta cerró dando gracias de que el último remate de Lestienne se encontrase con el poste. La posibilidad de desengancharse de la Liga sobrevuela Balaídos. Ahora debido al parón liguero tiene dos semanas para recapacitar, reencontrarse y sellar las grietas que dejan partidos y gestos como los de ayer.