Ni el tren de borrascas que atormenta Galicia estos días, ni la infame estrategia de la Liga al poner fútbol los lunes por la noche, ni el hecho de vivir a casi trescientos kilómetros frenan la lealtad de algunos celtistas por acompañar a su equipo en Balaídos. Es el caso de Javi Celes. En un tiempo en el que el estadio vigués se vacía y los aficionados encuentran cada vez más dificultades para acudir al fútbol, su caso resulta conmovedor.

Este vecino de Burela cruzó dos veces Galicia el lunes por la noche para asistir a la trabajada y agónica victoria del Celta sobre la UD Las Palmas de ayer. Sin ver más de lo necesario hacia los partes metereológicos que anunciaban un día de perros, Celes recorrió casi seiscientos kilómetros para acudir a Balaídos. "A mí lo que me preocupa es poder encajarlo con mi turno de trabajo", asegura.

Para él, la distancia y el Celta nunca han sido incompatibles. Criado en Burela en una familia de devotos celtistas (su padre fue presidente de la Peña de Burela, a cuya cabeza está ahora mismo su hermano) creció convencido de que ese amor no era incompatible con la falta de infraestructuras en Galicia, la difícil orografía, la distancia o el mal tiempo. En los últimos años se ha añadido otro problema: Javier Tebas y estos horarios suicidas que laminan la paciencia del aficionado y le invitan a quedarse en casa enganchado al mando a distancia.

Celes arrancó el lunes desde Burela a media tarde. El turno laboral le ayudaba. Trabajó por la mañana y no volvía a fichar hasta la tarde del martes. En Santiago recogió a un par de aficionados con los que había quedado y que le ayudaron a hacer más liviano el gasto enorme que para un aficionado de Burela supone entregarse de esta manera al Celta. Asistió al partido desde su asiento habitual y tras el pitido final y recuperado del susto regresó a casa. Un poco más allá de las dos de la mañana Javi Celes ya estaba en su casa.

Satisfecho con los tres puntos ganados por el Celta y sin darle mayor importancia a estos esfuerzos que hace por el equipo cuya fe profesa desde niño: "Ya estoy acostumbrado y para mí nunca fue un problema", dice con sencillez. Afouteza en grandes dosis.