Brais Méndez levantó la cabeza y la noche le cambió por completo al Celta. Sucedió pasada la hora de juego en Balaídos cuando los de Unzué corrían como pollos descabezados por el campo, comidos por la ansiedad generada por el gol con el que Erik -bisnieto del hombre que marcó el primer gol de la historia del estadio vigués en 1928- había castigado su irregular partido y sobre todo la falta de lucidez en los últimos treinta metros. Pero apareció en escena el canterano. Un chico bien asesorado, con las ideas claras, que hace semanas tomó la decisión de regresar al equipo filial para que las piernas no se adormeciesen los domingos. Llegó Brais Méndez y en una de sus primeras intervenciones con el balón entró en el área rival sin hacer apenas ruido, como acostumbran los tipos con su clase, casi de puntillas. A diferencia de sus compañeros, que hasta ese momento se habían obcecado a la hora de tomar la última decisión, el mosense levantó la cabeza con un gesto lleno de jerarquía y de fe en su clase, tiró un amago con la cintura para desplazar a su marcador y colocó un remate sutil en busca de la base del palo derecho de Chichizola. El portero desvió con dificultad el remate, cargado de mala uva, y Jonny empujó a la red para empatar el partido e iniciar una carga final que acabaría por encontrar sobre la hora el premio de la remontada al culminar Pablo Hernández una gran acción individual de Iago Aspas. El de Moaña, discreto hasta entonces, llegó a tiempo de frotar la lámpara y hacer subir las acciones del Celta en la compleja y larga pelea que le espera hasta mediados de mayo por meterse en competición europea.

Pero antes de que Brais Méndez levantase al equipo, el Celta y Las Palmas habían jugado un partido extraño, de ritmo alto, lleno de imprecisiones y de alguna excentricidad táctica. Sucede casi siempre que anda Paco Jémez en danza. El técnico no renuncia a su idea independientemente del equipo que entrene o los jugadores de los que disponga. Pese a las bajas importantes que tenía, descartó encerrarse a esperar al Celta -habitual sistema de los visitantes de Balaídos-, elevó la presión y en ocasiones plantó la defensa en el medio del campo. Pero a los de Unzué les costó encontrar el camino. Fue la prueba de que el equipo atraviesa un momento de evidentes dudas porque fueron incapaces de aprovechar las concesiones evidentes de los canarios. Con Radoja y Pablo Hernández por delante de Lobotka, el Celta no tuvo el punto de genialidad para dejar en buena situación a sus delanteros. Prisas, errores, malas decisiones, imprecisiones se acumularon en un Celta que apenas fue capaz de armar un par de disparos en el primer tiempo. Solo lo hizo Emre Mor. Titular de nuevo, el turco fue lo mejor del primer tiempo en el bando vigués. Lo intentó en cada balón que le llegó al costado izquierdo. En ocasiones sin éxito, pero su calidad obligaba a poner las orejas tiesas a los defensa rivales cada vez que ponía en marcha su motor. Pero también a él le faltó precisión en sus envíos, de la misma manera que Maxi y Aspas echaban en falta su habitual punto de inspiración.

El conjunto de Paco Jémez no tardó en castigar entonces una de las habituales desatenciones del Celta. Una transición rápida, un espacio mal ocupado, un central fuera de sitio y un delantero delante del portero. Erik, bisnieto del primer goleador de la historia en Balaídos, se estrenó en la máxima categoría con un buen disparo cruzado. Pintaba oscuro para el Celta, arreciaba la lluvia y con ella se diluía el equipo. Aumentaron las urgencias y se multiplicaron las equivocaciones hasta el punto que Aguirregaray tuvo en sus botas el segundo gol del partido. Lejos de echar mano de otras soluciones, Unzué recurrió a Brais Méndez. Y el canterano encendió las luces del equipo. Se ubicó en el costado derecho y en colaboración con Hugo Mallo, un tipo que siempre garantiza un nivel alto, comenzó a despejar rivales del camino. El Celta empezó a hacer cosas nuevas y Las Palmas sintió que le encerraban en su área. El canterano fabricó el gol del empate que marcaría Jonny y a partir de entonces el partido se convirtió en un acoso y derribo. Unzué, atinado ayer con los cambios, dio entrada a Pione Sisto y el danés, seguramente pinchado en su orgullo por la suplencia de los últimos días, tuvo el punto de agresividad y de veneno que le ha faltado en sus últimas comparecencias. Agotados por la tensión y el esfuerzo, Las Palmas acumuló futbolistas en su área, descartó la idea de acercarse a Rubén Blanco y trató de proteger ese punto que en la pelea por actual pelea por la permanencia parecía un tesoro gigantesco. Pero insistió el Celta. Tuvo el gol en un par de remates de Pione y en centros que no encontraron el remate idóneo. Pero entonces sobre la hora los vigueses tiraron de su habitual comodín. Iago Aspas, poco acertado hasta entonces, sacó la varita mágica y arregló la noche. Entró desde la derecha, sentó dos veces a su marcador y puso un centro que Pablo Hernández acertó a colocar con una sutil volea cerca de la escuadra izquierda de la portería de Chichizola. El Celta sigue en el tren que lleva a Europa.