Reabre la oficina de visados en Balaídos. El Celta acelera hacia Europa justo a la hora en la que los equipos se ven obligados a aparcar su fase de indefinición y eligen el premio por el que van a luchar en los tres meses que restan de temporada. Superado el confuso tramo de Liga en el que los vigueses avanzaban a la velocidad de un paso de Semana Santa, el grupo de Unzué ha alcanzado la velocidad de crucero soñada para amarrarse a la séptima plaza. Cuatro victorias y un empate en las últimas cinco semanas tienen la culpa. Solo el Real Madrid, salvado de forma milagrosa en Balaídos, impidió un pleno absoluto en el último mes de competición. El Betis se convirtió ayer en la última víctima de los vigueses en un partido que engrandece a Unzué y la preparación que se ha hecho durante los últimos días en la soledad de A Madroa. El partido fue un manual de entrenador y un ejemplo de cómo un grupo de jugadores es capaz de plasmar en el campo de forma escrupulosa el plan de su técnico. El marcador final, ajustado si uno lo consume en frío y sin haberse asomado al duelo, no acierta a explicar la diferencia inmensa que hubo entre los dos equipos, el martilleo constante al que un Celta desatado en el segundo tiempo sometió al Betis hasta dejarle sin aire, sin respuesta.

Porque Unzué envió una verdadera jauría contra el Betis. El técnico navarro, cuya figura ha ido acompañada de un tono gris a lo largo de la temporada, lució ayer de forma espléndida. Consciente de que el Betis de Setién no renunciaría a su idea de construir el juego en corto a partir de su portero, trazó un plan que consistía en liberar a Adán y caer como fieras sobre el primer jugador que recibiese de espaldas. Para eso configuró su equipo con Radoja -gran novedad en la alineación- formando por delante de esa máquina quitanieves que es Lobotka. Solidario y entregado de forma ciega a esa idea, los jugadores del Celta se lanzaron como posesos a por los sevillanos. Solo en los primeros diez minutos, mientras no fueron capaces de ajustar esa presión y el Betis se movió con cierta tranquilidad por el campo, los de Unzué estuvieron a merced del rival. Pero todo cambió en el minuto once. La jugada se puede explicar desde el fallo de Javi García en el control o desde la voracidad con la que Radoja, espléndido, le persiguió los tobillos. Cada robo en campo rival permitía al Celta disfrutar de pasillos gigantescos y en esa jugada Iago Aspas encaró a Adán con libertad y ajustó su remate de forma precisa a uno de los rincones de la portería.

Fortalecido por el marcador a favor, el Celta ya no dejó que el Betis levantase cabeza. Su presencia en el área de Rubén desapareció. Redujeron espacios los vigueses, defendieron con seguridad y buenas piernas (perfecto el rendimiento de la pareja de centrales Sergi Gómez-Roncaglia) y el duelo ya no salió del campo de los sevillanos. Solo las imprecisiones en los últimos metros evitaron que el daño fuese mayor para los de Setién, que no imaginaban la tormenta que se les vendría encima después del descanso. Porque no hubo ni pizca de conservadurismo ni temor en el Celta. Los vigueses jugaron convencidos de que el camino más sencillo para la victoria era redoblar su apuesta por ir en busca del Betis a su propio área. Los vigueses fueron una sinfonía dirigida de forma primorosa por Lobotka, que parece ejecutar un baile interminable con la pelota pegada su pie, y culminada por esas dos fieras que al cierre de la jornada acumulan 25 goles: Maxi Gómez y Aspas. Presión, robo, circulación y remate una y otra vez, hasta agotar a un Betis que trataba de dar bocanadas de aire para mantenerse vivo en el partido. Solo los fallos en el remate impidieron su muerte prematura en ese doloroso trance que vivieron ante un Celta tan codicioso como estético y a cuyo festival se fueron sumando futbolistas: extraordinario Radoja que le aportó un vigor extra al medio del campo; incansable Jonny en sus idas y venidas; más atinado en la combinación Pione. Solo inquietaba que el segundo gol tardase tanto en llegar para zanjar aquella incertidumbre y apareció en una jugada por la izquierda de Jonny que puso un centro que Maxi y Aspas estuvieron a punto de cabecear a la vez. Una imagen que define el partido. La voracidad del Celta en una sola secuencia. Marcó el uruguayo para desatar el jolgorio en Balaídos, estadio que no tardó en recordar que la tradición histórica de este equipo impide celebrar los triunfos antes de tiempo. Un error de Rubén a veinte minutos del final permitió a Sergio León recortar diferencias. Pero a diferencia de otras veces no hubo pánico en el Celta, que no se movió un metro de su plan inicial. Por eso regresaron las ocasiones y el Betis fue incapaz de plantearse un milagro en el coliseo vigués. Con un Aspas que a estas horas ya debería tener su nombre impreso en la habitación del hotel en el que se concentrará la selección durante el Mundial de Rusia el Celta volvió a cargar contra la portería de Adán y en otra combinación brillante el delantero moañés, con un toque excelso, marcó el tercero tras un pase de Brais Méndez. El trabajo ya estaba hecho. Un penalti postrero le permitió al Betis llevarse de Vigo uno de esos marcadores que sirven para engañar a los incautos, pero la realidad es que ayer el Celta lo había despedazado por completo. Tal y como Unzué lo había planeado.