Pasada la media hora de partido Lobotka intenta eludir a dos jugadores del Barcelona cerca del flanco derecho y pierde el balon. La jugada concluye con un inocuo disparo azulgrana. Lobotka, sin embargo, se disculpa y Aspas le resta importancia. Incluso al moañés, exigente con lo suyo y lo ajeno, le parece exagerada la contrición del eslovaco. Tal afán perfeccionista resulta elocuente. Ese desliz es el único en su inmaculada actuación copera. Firmará un 98% de acierto en el pase; la mayor parte de ellos, bajo presión y útiles para romper líneas.

El enfrentamiento contra el Barça presenta al gran público español un jugador que ya había encandilado al celtismo y a muchos analistas. Lobotka se comporta con la misma fiabilidad que Busquets en la trinchera contraria. Los compañeros lo buscan siempre, con la confianza de que resolverá las situaciones más comprometidas. Las jugadas nacen limpias y prometedoras gracias a él. Juan Luis Cudeiro, en El País, califica a Lobotka como "un siete pulmones en la medular (...), una de las joyas captadas por la dirección deportiva del equipo vigués". Clemente Garrido valora su rendimiento en el As: "Juega como los ángeles al primer toque y protagonizó un duelo de excelentes distribuidores con Busquets. El eslovaco también estuvo acertado en la recuperación. El desgaste no le pasó factura y completó 90 minutos excelentes". José María Rodríguez culmina en el Marca la colección de elogios: "El Celta dejó a Lobotka a los mandos. El eslovaco es garantía de juego fácil. Toca y se ofrece".

La vida se le acelera a veces a los futbolistas. Le sucede a Lobotka, que desaprovechó en el Ajax su primera gran oportunidad. Purgó su fracaso durante dos años en el Nordsjalland, sin desfallecer. Allí lo encontró el Celta en sus habituales batidas por la liga danesa. El club vigués tomó ventaja antes que el excelente rendimiento del centrocampista en el Europeo sub 21 alertase a otros pretendientes.

Lobotka pasea por unos grandes almacenes vigueses, discreto, diminuto, vestido de chándal. Nadie, ni siquiere los probables devotos celtistas que por allí han de pulular, gira el cuello a su paso. Igual de inadvertido llegó en verano. La afición reclamaba el fichaje en propiedad de Jozabed. Se había sentido intrigada con Maxi Gómez. Se entusiasmó con Emre Mor. Lobotka, pese a los cinco millones de euros del traspaso, provocó más bien indiferencia. Parecía una apuesta de relevancia secundaria en una línea que mantenía a Radoja, Wass y Tucu Hernández como referentes.

Y es cierto que a Unzué le costó un poco buscarle ubicación. Lo sacó desde el banquillo como interior ante Real Sociedad y Betis. Los problemas físicos de Radoja resolvieron la ecuación. Una situación que no disminuye el mérito de Lobotka. En total en Liga, 14 partidos como titular y 3 como suplente, acumulando 1.263 minutos. Hoy es Radoja su meritorio, si bien muchos los reclaman como pareja, situación que Unzué solo ha contemplado de forma puntual.

Porque con Lobotka existe el debate de su posición ideal y es por su extenso catálogo de virtudes. Preciso en el pase corto y medio, ágil en el giro y de fútbol fácil, lo que le conviene como pivote, posee también una conducción y un desborde que tientan a soltarle las amarras en un territorio más adelantado. A la selección eslovaca absoluta no llegó a tiempo de meterla en la fase final del Campeonato del Mundo -bordeó la repesca hasta la última jornada-, pero sí ha dejado ya apariciones estelares como en Wembley, donde batió a Hart.

El juego del "pequerrecho", apodo frecuente en las redes, anima a comparaciones hasta hace poco imposibles o sacrílegas para el celtismo, como sus aires de Mazinho. Y cunde la petición al club de que eleve una cláusula de rescisión de 35 millones que empieza a resultar corta en un mercado siempre pendiente de centrocampistas de equilibrio. Aunque con contrato hasta 2022, la mayoría firmaría conservarlo al menos otra temporada.